Anny Jaquez Reyes
Desde la voz de una mujer negra dominicana del Sur Fecundo. El odio como herramienta colonial: Racismo y fascismo normalizado
Vivir en un cuerpo negro en esta isla es cargar con el peso de una historia colonial que nunca se fue.
El sistema de dominación que hoy se disfraza de «patriotismo» no es más que la herencia podrida de un pasado donde España dividió, esclavizó y marcó a fuego la diferencia entre «nosotros» y «ellos».
Hoy, ese mismo sistema se recicla: los que odian a lxs migrantes haitianxs, lxs pobres, lxs negrxs de piel prieta, son los mismos que celebran una dominicanidad inventada, blanca y excluyente.
¿Cómo no ver el racismo estructural cuando el Estado, cómplice histórico, convierte las fronteras en teatros de muerte (como el Canal de la Mona en su momento) y las fuerzas armadas en verdugos? Perseguir al que huye del hambre es la misma lógica que justificó la trata transatlántica: deshumanizar para explotar. Y mientras, los empresarios se llenan los bolsillos con trabajos mal pagados, sin derechos, mientras el Estado mira hacia otro lado.
¿Acaso no somos nosotrxs, lxs negrxs del Sur, lxs que también fuimos «ilegales» con machete en mano, lxs que hoy nos convertimos en chivos expiatorios?
El Estado: Cómplice y ejecutor de la violencia neocolonial
El Estado dominicano no es neutral. Es un ente que actúa solo cuando le conviene a los intereses de lxs poderosxs. Calla ante las niñas desaparecidas en «la vuelta», ante las mujeres víctimas de trata, ante lxs migrantes que en un momento se ahogaban y los del pasado reciente que cruzan países bajo mil riesgos y posteriormente son deportados. Pero cuando se trata de criminalizar la solidaridad, ahí sí actúa: ahora quieren convertir en delito dar empleo o techo a lxs indocumentadxs. ¿Qué significa esto? Que el Estado no solo lava sus manos, sino que nos obliga a ser cómplices de su maquinaria de muerte.
Las alcaldías convertidas en centros de deportación, los hospitales negando atención, los mercados vigilados como cárceles… ¿No es esto una reedición de los bateyes donde se encerraba a lxs negrxs para servir a la zafra? La misma lógica, solo que ahora le llaman «control migratorio».
Y mientras, lxs negrxs con «complejo de blanco» marchan junto a los opresores, negando su propia sangre, repitiendo el mandato colonial: «Entre más claro, más humano».
Amar se ha convertido en la mayor forma de resistencia, con nuestras Cuerpas negras en revolución permanente.
En un país donde respirar odio es la norma, amar se convierte en un acto subversivo. Amar al vecino haitiano que cruza la frontera con hambre, a la mujer negra que vende plátanos en el mercado, al niño prieto que juega en un barrio sumido en la miseria. Amar, aquí y ahora, es romper con el sistema que nos quiere divididas, asustadas, silenciadas.
Nosotrxs, lxs del Sur Fecundo, sabemos que la verdadera patria no es un himno ni una bandera, sino el pan compartido, el agua que se ofrece al sediento, el «no te preocupes, yo te ayudo».
Por eso, cuando el Estado nos dice «denuncien al indocumentado», nosotrxs respondemos con redes de cuidado. Cuando los medios viralizan el odio, nosotrxs viralizamos la ternura. La calle es nuestra, no de lxs que llevan palos y banderas manchadas de sangre.
La dominicanidad es más que eso que un grupito promueve, a lxs que dicen que «la gente decente» son lxs que odian, les recordamos: La historia no la escriben lxs violentos, sino lxs que resisten en silencio.
Esa abuela que cría hijxs ajenxs, ese hombre que presta su carro para llevar a un enfermo al hospital, esas familias que se mandan platos de comida a las 12 o a las 3, ese vecino que te da una bola aunque no estaba en esa ruta. Somos lxs descendientes de lxs cimarronxs, lxs que sembramos yuca en tierra árida y sacamos vida de donde otros solo ven miseria.
Confieso tener temor por el hoy y por el mañana, porque odiar resulta fácil y se normaliza en la practica, pero mientras el odio salga a gritar, nosotrxs saldremos a cantar.
Porque la libertad no se pide, se toma. Y en esta isla partida en dos, lxs negrxs del Sur ya sabemos que la única frontera que importa es la que divide la dignidad de la opresión.
El sistema quiere que creamos que somos enemigxs. Que el haitiano es el problema, no el salario de hambre y miseria. Que la mujer prieta es «peligrosa, paridora y sin aspiraciones», no el patriarcado como sistema de poder que la empobrece pese a sus capacidades, la cosifica viendo cuerpos no sus cerebros, y lo peor, nos hace culpables cuando el machismo nos mata.
Pero nosotrxs, desde los márgenes, desde los cuerpos que el sistema desecha, sabemos la verdad: la dominación se sustenta en nuestro miedo. Y hoy, nos declaramos en rebeldía.
Que el amor sea nuestro machete.
Que la solidaridad sea nuestra bandera.
Que nadie nos robe la paz, porque la paz sin justicia es otra forma de guerra.