América Latina es la región donde es más caro comer de forma saludable en el planeta junto con África, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por su sigla en inglés).
Para poder hacerlo, cada persona necesitaba US$4,25 diarios en 2019, último dato disponible. Eso es tres veces más de lo que la población podía pagar.
La FAO calcula un índice del precio de los alimentos y ahora es el momento en el que es más caro comer, al menos desde que se tienen registros.
Eso lleva a una peor alimentación, y por consiguiente a mayores tasas de malnutrición e incluso hambre.
Entonces, en tiempos de alta inflación y con la subsiguiente subida del precio de los alimentos lo más sencillo puede ser cambiar por productos que son más baratos pero que no necesariamente son tan saludables ni tienen el equilibrio nutricional que requiere nuestro cuerpo.
1. Cocinar
Tal vez sea la más obvia, pero es esencial. Comprar comida afuera, en la calle o en un comercio, es muchas veces lo más rápido, pero no lo más conveniente para el bolsillo.
Además, cuando compramos comida hecha no sabemos cuál es la calidad de los ingredientes utilizados, o incluso qué ingredientes se utilizaron para su elaboración.
Lo mismo ocurre con la comida prefabricada que venden en el supermercado, productos conocidos como ultraprocesados. Estos contienen excesos de grasas malas, sodio y azúcares, entre otros componentes, que se añaden para darle mejor sabor pero que no contribuyen a la salud.
Cocinar en casa hace que sepamos exactamente qué estamos comiendo y que paguemos menos por ello.
2. Comer lo justo
Un alto porcentaje de las personas come más cantidad de alimentos que la que exige el organismo.
Reducir las porciones que nos servimos a las cantidades recomendadas para el funcionamiento humano ayuda al bolsillo y, al mismo tiempo, a sentirnos mejor físicamente.
«Las cantidades que se sirven en muchos de nuestros países son demasiado grandes. La compra en el mercado sube muchísimo y, además, este exceso de comida lleva al sobrepeso», dice a BBC Mundo la nutricionista venezolana Ariana Araujo.
Una dieta de entre 2.000 y 2.500 kilocalorías es un número adecuado de ingesta diaria.
3. Cambiar de recetas
Sustituir ingredientes o platos completos es una de las formas de abaratar el gasto en comida.
Determinados productos básicos como el aceite, el café, algunas frutas y verduras, la carne de vaca, el pan (y la harina de trigo en general), los huevos y algunas legumbres aumentaron de precio más que la suba promedio de alimentos y bebidas no alcohólicas en la mayoría de los países latinoamericanos, de acuerdo a la información publicada por instituciones oficiales que se encargan de medir la inflación.
Las tortillas de maíz, parte fundamental de la dieta mexicana, le cuestan a los consumidores de ese país 17,7% más ahora que hace un año. La harina de maíz, imprescindible para las arepas, ha subido de precio en toda la región.
Se pueden buscar sustitutos que sean nutricionalmente equivalentes o similares, pero que no se hayan encarecido tanto o incluso hayan bajado de precio.
Una comida balanceada debería estar compuesta por una mitad de frutas y verduras, un cuarto de proteínas y el otro cuarto de carbohidratos, afirma Araujo.
En el grupo de las proteínas se encuentran la carne de res y de cerdo, pollo, pescado, leche, quesos, huevos, frijoles, lentejas y guisantes.
La carne de cerdo es la que, en general, subió menos de precio en los últimos 12 meses en América Latina, mientras que el pollo y el pescado acompañaron la suba general, que fue menor al encarecimiento de la carne bovina.
4. Planificar las compras
Hacer un plan de lo que debemos comprar antes de ir al mercado es clave para el ahorro.
Lo primero es saber qué queremos comprar para luego decidir dónde. Ir por frutas y verduras, quesos o carnes a la feria suele ser más económico que en grandes comercios.
Cuando se va a un supermercado, lo ideal según Araujo es recorrer las tres paredes del local -los costados y la trasera- formando una «U» invertida.
En estos pasillos se encuentran comúnmente los productos frescos y de allí debemos seleccionar el 80% de la compra para que sea saludable, afirma la nutricionista.
«No se puede ir con hambre al supermercado, porque si estoy corto de dinero y encima voy con hambre veo una promoción de un ultraprocesado que me gusta mucho y caigo en comprarlo», asegura Balbanian.
5. Buscar de temporada
Las frutas y verduras son intercambiables entre sí; lo importante es variar entre ellas.
«Aportan fibra, vitaminas y minerales que son muy difíciles de encontrar en otros alimentos», dice Balbanian.
Para achicar el costo de la alimentación, lo que aconsejan los expertos es comprar los productos de temporada o estación, dependiendo del país y su clima.
Intentar comer tomate fuera de temporada hace que sean más caros porque quienes los venden han recurrido a cadenas de frío para conservarlos durante meses o que los produzca en invernaderos, ambos sistemas que encarecen los alimentos.
Por el contrario, en temporada se encuentran los productos en abundancia, a precios bajos, y es cuando están más gustosos y nutritivos.
6. Aplicar técnicas de conservación
Una alternativa es comprar cuando está barato y aplicar alguna técnica de conservación.
La más sencilla es poner los alimentos en el congelador. Pueden ser tanto carnes como la mayoría de los vegetales -siempre que no quieras comerlos crudos luego- y frutas.
Con los vegetales, la recomendación es que cuando se vayan a consumir se provoque un choque térmico, del frío al calor intenso, para que no pierda textura y sepa peor.
También se pueden cocinar mayores cantidades que las que vayas a comer de inmediato y guardar porciones en el congelador para más adelante, o cocinar ingredientes sueltos y congelarlos para utilizarlos más adelante en preparaciones.
«Eso mantiene más del 90% de sus nutrientes», afirma Araujo y agrega que ella hace eso en su casa.
7. Optar por segundas marcas o marcas blancas, pero antes leer
Por efecto del marketing, muchas veces creemos que un producto de la marca más destacada -también llamada primera marca- es mejor que las otras. Esto no necesariamente es así.
«Es importante leer la lista de ingredientes, más que el cuadro nutricional, e identificar azúcares y grasas de mala calidad», afirma Balbanian.
Araujo dice que en ocasiones las segundas marcas o incluso las marcas blancas -aquellas genéricas de la cadena de supermercados- son más saludables porque, para abaratar, no utilizan determinadas grasas o azúcares que las primeras marcas sí usan para darle otro sabor al producto.