Xavier Carrasco.
La madrugada del martes 8 de abril marcó un antes y un después en la vida de cientos de miles de dominicanos y dominicanas, por no decir que toda República Dominicana, conectó con esa terrible tragedia, que estará por décadas en la memoria colectiva de nuestro país.
Lo que debió ser una noche de música, alegría y reencuentro con uno de nuestros más grandes intérpretes: Rubby Pérez, se convirtió en una de las tragedias más estremecedoras de nuestra historia reciente: el desplome del techo de la emblemática discoteca Jet Set, dejando un saldo de 226 personas fallecidas y 189 afectadas entre heridos leves, y gravemente heridos, sumándose a la lista fatal de víctimas mortales 5 personas más.
La noticia sacudió los cimientos de una sociedad que, entre el dolor y la indignación, exige respuestas y, sobre todo, justicia. Las primeras investigaciones apuntan a fallas técnicas atribuibles a los propietarios del establecimiento de diversión.
Si se comprueba negligencia, las consecuencias no solo serán sociales y morales, sino, también, legales. Así lo establece el artículo 1.386 del Código Civil dominicano: “El dueño de un edificio es responsable del daño que cause su ruina, cuando ha tenido lugar como consecuencia de culpa suya o por vicio en su construcción.”
A esto se suma el espíritu del delito de acción por omisión, que no es más que la responsabilidad penal de quien, teniendo el deber legal de evitar un daño, no actúa, permitiendo así que ocurra la desgracia.
Como diría aquel escritor y político venezolano Dr. Arturo Uslar Pietri: “Es un criminal todo aquel que comete el crimen, pero más criminal es aquel que, pudiendo evitarlo, permite que se materialice.”
Esta disposición no deja lugar a interpretaciones ambiguas: la responsabilidad recae sobre quienes, conociendo las condiciones de la estructura, no tomaron acción para prevenir lo ocurrido.
Es, por tanto, obligación del Estado, investigar con celeridad y firmeza, e imponer sanciones ejemplares que sirvan de precedente para futuras gestiones de espacios públicos y privados. Pero más allá del marco legal, esta tragedia nos interpela como país. ¿Estamos realmente preparados para responder a eventos de esta magnitud?
¿Contamos con organismos de socorro con la capacidad logística, humana y tecnológica para actuar con rapidez y eficiencia ante una eventualidad similar?
A pesar del trabajo arduo y valiente de nuestros cuerpos de rescate que merecen el mayor de los reconocimientos, la magnitud del suceso evidenció falencias en los tiempos de respuesta, en la coordinación interinstitucional y en la disponibilidad de equipos adecuados para emergencias de gran escala.
En un país donde la inversión en infraestructura pública y privada ha venido en aumento en los últimos años, esta tragedia debe empujarnos a mirar con urgencia la otra cara de la moneda: la seguridad estructural, el mantenimiento periódico y la fiscalización efectiva de los entes reguladores.
Jet Set era más que una discoteca: era un ícono cultural, un punto de encuentro generacional, parte de la historia viva de la música y el entretenimiento en República Dominicana. Hoy, ese símbolo yace en ruinas y con él, muchas vidas y sueños.
Que esta tragedia no sea solo una anécdota dolorosa que el tiempo borre, sino el catalizador de una transformación profunda en nuestras políticas de seguridad, en nuestra cultura de prevención y en el compromiso ético de quienes dirigen espacios destinados al público.
¡Que nunca más un techo caiga sobre la esperanza!
*Aurtor, abogado de formación, comentarista de radio y político