Néstor Estévez
Hasta el lunes 7 de abril de 2025, Jet Set fue referente de disfrute en grande. Pero desde el día siguiente, por muchas razones y con múltiples vertientes, la tragedia se asocia a su nombre.
Ya habrá tiempo para que cada especialista, desde su ámbito, pueda aportar luz en torno a una herida muy difícil de sanar. En lo que a la comunicación compete, sobran muestras del deterioro creciente en su ejercicio.
En medio del caos y la angustia, situaciones propias de un suceso que deja personas fallecidas, heridas y hasta desaparecidas, emergió otra dimensión de la tragedia: la manera en que fue comunicada, compartida y comentada en muchas de las vías con que ahora contamos.
Ante esto cabe una pregunta tan necesaria como urgente: ¿qué significa comunicar con responsabilidad y empatía en tiempos de redes sociales y emociones a flor de piel?
En un contexto como este, donde la desolación se mezcla con la incertidumbre, vimos gestos luminosos: donaciones de sangre, oraciones compartidas, voluntarios incansables y autoridades sensibles y en acción.
Pero también presenciamos el lado oscuro de la sociedad hiperinformada: el afán por transmitir en vivo entre escombros, imágenes de cuerpos sin vida, teorías sin fundamento, gente opinando y hasta explicando sin conocimiento de lo que habla, afanes por las primicias y las exclusivas, y publicaciones vergonzosamente orientadas a alimentar el morbo y nada más. ¿Qué tiene en su cerebro quien usa el sufrimiento -pero solo el ajeno- como si fuera espectáculo?
Es urgente volver a Alberto Cortez, para que nos haga caer en la cuenta cuando “olvidamos que somos los demás de los demás”. Quizás así entendamos que la verdadera relación con el otro nace del reconocimiento de su alteridad.
Es decir, del respeto a su diferencia, a su dignidad, a su dolor. Publicar una imagen de alguien atrapado entre escombros sin consentimiento, compartir audios desesperados como si fueran trofeos de primicia, no es solo insensible: es deshumanizante. Es tratar al otro como medio, no como tu igual. Es convertir el sufrimiento en mercancía emocional.
Los profesionales de la comunicación -quienes deberíamos saber muy bien el poder de las palabras y los silencios- tenemos una responsabilidad mayor. No se trata solo de informar, sino de formar conciencia. No basta con decir «yo reporté lo que vi» o «la gente quiere saber».
Lo verdaderamente profesional no es conmover sin filtro, sino saber cuándo callar, cómo narrar; es saber por qué y para qué contar una historia. En otras palabras: el verdadero comunicador es quien se hace responsable del efecto que su mensaje provoca en los demás.
El público general, por su parte, también tiene un papel crucial. Ya no somos solo receptores: somos emisores. Compartimos, comentamos, “viralizamos”.
Tenemos herramientas poderosas, pero a menudo sin el conocimiento adecuado para usarlas con responsabilidad. ¿Cuántos de nosotros pensamos dos veces antes de reenviar una imagen dolorosa? ¿Cuántos confirmamos si lo que compartimos es cierto, si puede afectar a una familia, si aporta o destruye?
Aquí vale recuperar una regla sencilla pero poderosa: «no hagas al otro lo que no quieres que te hagan a ti». Esa máxima, tan antigua como sabia, debería guiar cada publicación, cada titular, cada post. Imagínate que uno de esos desaparecidos fuera tu hermano, tu madre, tu pareja. ¿Cómo compartirías esa foto? ¿Especularías con ella? ¿Harías bromas?
La empatía, más que una opción, es una urgente necesidad. Y comunicar sin ella es también una forma de violencia. Porque la violencia no solo es física: también se ejerce desde el lenguaje, desde la omisión, desde la indiferencia, desde el morbo. Por eso, ante tragedias como la de Jet Set, es necesario un llamamiento a la responsabilidad colectiva. A pensar antes de compartir. A cuestionar antes de publicar. A sentir antes de escribir.
No se trata de censurar el dolor, ni de callar lo que ocurre. Se trata –y muy pocos medios lo han hecho- de humanizar la información, de dignificar a las víctimas, de recordar que comunicar no es solo transmitir datos, sino crear sentido en común. Es que, al final de todo, lo que expresamos -y cómo lo expresamos- también puede salvar o dañar vidas.