Oscar López Reyes
Desde la fundación de la República, inspiración de Juan Pablo Duarte, la clase dominante y la élite de Haití únicamente han acogido la postura dominicana con el lenguaje del cañón, lamentablemente. Tras 10 años de guerra, aceptaron la independencia nacional solo en el vórtice de una montaña de cadáveres y, por la prudencia en el diálogo y la confraternidad, en 1929 nos quitaron el 8% del territorio y en 1936 el 3% y -por un tris- matan a los presidentes Juan Bosch y Leonel Fernández.
Los gobernantes haitianos nos han tumbado el pulso en el alfiler de su doble juego conversacional, la debilidad dominicana tapizada en la magnanimidad, así como la intermediación negociadora -a su favor- por Estados Unidos. Ahora los vecinos siguen ocupando pacíficamente los pueblos más productivos de nuestra República y pretenden adjudicarse, individualmente, el río Dajabón o Masacre.
El mercurialismo empresarial se levanta como bandera en reclamo de que sea reabierta la frontera, para continuar perjudicando a la Nación, porque, si sumamos los ingresos por las exportaciones hacia Haití y restamos los gastos internos en salud, educación y otros rublos, PERDEMOS.
Cuando dos países fronterizos no se entienden, por razones ideológicas, culturales o étnicas, el divorcio sin mácula sería la mejor receta, como Corea del Norte (socialista) y Corea del Sur (capitalista). Su frontera está tan herméticamente resguardada que por ella no cruza ni un mosquito. ¿Cuál es el intercambio comercial y cultural entre ambas naciones asiáticas? Dígamelo usted.
Con el cierre de la frontera, el presidente Luis Rodolfo Abinader Corona rompe con el chantaje y la cobardía harto conservadora. Traza una línea que pudiera convertirse en un cauce para que prosiga el éxodo haitiano, la dominicanización del empleo (Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo), el ahorro de recursos por la supresión de gastos de los inmigrantes ilegales, para reajustar los salarios en ciertas áreas de la economía y expandir su plataforma exportadora a otras demarcaciones geográficas, en vista de que el mercado haitiano se confirma inestable e inseguro.
Además de eliminar un permanente escenario de conflictos y choques, estaría impulsando una revolución, imitando, lógicamente guardando la gigantesca diferencia, a los presidentes Deng Xiao Ping (1978-1989), que por sus reformas de mercado tan profundas se le llamó el arquitecto de la China moderna (después de Mao Zedong), y Xi Jinping, quien desde 2013 ha puesto a esa Nación a competir con Estados Unidos en los campos económicos y científico-tecnológicos.
Claudicar ante la bravata y la coacción sería un golpe cuasi mortal para la República Dominicana, una derrota para los dominicanos y un baldón histórico para un gobernante que, con su coherente firmeza, implícitamente está pidiendo que nos unamos todos los nativos, sin bandería política, para defender la patria. Eso sí -y estamos haciendo una advertencia- tenemos que cuidar e incrementar la protección del jefe del Estado dominicano ante la oligarquía haitiana y las mafias (incluidos militares) que trafican con seres humanos, drogas y armas.
No vamos a retrotraer a Rafael Leónidas Trujillo, ni el magnicidio del presidente Jovenel Moise (7 de julio de 2021), pero sí a los Tontons Macoutes (policías haitianos). Con fusiles, estos penetraron y requisaron -el jueves 26 de abril de 1963, en la noche-, la embajada y consulado dominicano en Puerto Príncipe –avenida Delmas número 95-, donde había 23 asilados, y “lo cual equivale a una invasión a nuestro país”. Antes y después, asesinaron a un cónsul, declararon non-gratos a diplomáticos dominicanos, negaron salvoconductos, cerraron la frontera y tramaron la muerte del presidente Juan Bosch.
El mandatario dominicano tuvo que pronunciar, el día 28, un discurso a la Nación para explicar la gravedad de los acontecimientos, que ocurrieron a raíz de la muerte violenta de cuatro agentes de seguridad del gobierno, en un fallido intento de secuestro de dos hijos del presidente Francois Duvalier (Papa Doc), Jean Claude (de 12 años) y Simone (de 14 años).
El gobierno acusó de la acometida al teniente Francois Benoit, a quien no encontraron en la embajada dominicana. En la furia, los gendarmes del Voluntariado de la Seguridad Nacional (Tontons Macoutes o del macuto) le asesinaron a su madre, a su padre, a un hijo y a tres empleadas domésticas, en tanto que otros parientes se refugiaron en las embajadas de Venezuela, Ecuador, Argentina y Brasil.
En enero, citamos a Bosch, “el gobierno haitiano fraguó un complot para matarme y designó a un antiguo miembro del SIM dominicano, el señor Michel Brady, para cometer el crimen”. Y porque “nosotros sabíamos a qué venía ese señor”, este fue rechazado como encargado de negocios haitiano en Santo Domingo.
En el discurso referido, Bosch fue enfático: “Solamente un gobierno salvaje, de criminales, es capaz de violar una embajada extranjera y de amenazar con fusiles a una dama que además es funcionaria de esa embajada”. “La dignidad dominicana ha sido ultrajada en Haití de manera indignante. Y no estamos dispuestos a tolerar esa situación, y no la toleraremos por ningún motivo”.
“Somos una nación”, matizó, “un país que respeta a los demás países y pide a los demás respeto para él. El país que no se hace respetar no tiene derecho a llamarse una nación libre; y la República Dominicana es una nación libre, por la voluntad de sus fundadores y por la sangre de los que la mantuvieron libre y soberana; y lo es por la voluntad de su pueblo y por la decisión del gobierno democrático que ese pueblo eligió el 20 de diciembre de 1962”.
El 27 de abril, en la fronteriza población de Malpasse negaron la autorización para regresar a la República Dominicana a su vicecónsul en Puerto Príncipe y auxiliar de la Embajada, que tuvo que volver a Puerto Príncipe.
Segunda conjura. Aconteció al término de la primera visita en 60 años de un presidente dominicano a Haití, Leonel Fernández Reyna, a su homólogo haitiano Boniface Alexandre, el 12 de diciembre del 2005, para tratar temas bilaterales. El jefe del Estado dominicano fue emboscado con una lluvia de tiros de armas de fuego automáticas, y tuvo que salir por la parte trasera del Palacio Presidencial de Puerto Príncipe. Le pegaron fuego a un automóvil, para impedir que regresara a su país.
Y, ¿cómo escaparon?
Las balas de fusiles impactaron a los vehículos de la comitiva presidencial, cuyos integrantes salieron ilesos, porque estaban blindados. La seguridad del mandatario dominicano no repelió el ataque, para evitar una masacre, aunque llegó a disparar.
En esa refriega, junto a su comitiva, pudo abandonar la sede palaciega gracias a miembros de la Misión de Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (Minustah) que, ametralladoras en manos, se colocaron delante de la caravana presidencial, y la escoltaron hasta su salida. Entonces, helicópteros de la Presidencia dominicana incursionaron en el área y pudieron rescatarlos, con el auxilio de agentes de la Minustah, que les abrió paso en medio del tiroteo. Es decir, se salvaron milagrosamente.
Aun así, no pararon las protestas anti-dominicanas en las zonas adyacentes al edificio. Los manifestantes blandían metralletas y machetes, con los cuales suelen cortar cabezas, brazos y piernas, y luego quemarlos, en las cercanías de fuerzas policiales internacionales.
¿Son estos episodios que los señores obispos de la Iglesia Católica dominicana exhortan que no sean recontados como una advertencia, para no “revivir animadversiones del pasado”, sin pedir que sea paralizada la construcción del canal?
Tenemos que aprender historia, inexorablemente. Ella auxilia para conocer de buena tinta a los hombres y mujeres de agallas, abnegación y tenacidad, y a hurgar en las raíces de los acaecimientos, para comprender su esencia. La cronología ilustra con el propósito de prepararnos para afrontar con más rigor el presente y el futuro, a fin de no repetir errores.
El que rehúye a la historia, niega la vida. Los anales nos enseñan a pensar y a comprender la evolución de la sociedad, en su gira como “una rueda de molino, que siempre vuelve”. En las cátedras recalcamos, monseñores haitianófilos, que el que no entiende su pasado está obligado a repetirlo. Por estas explicaciones, y por la pasión y la emocionalidad, se incrementan los estudios de la historia, y son muy demandadas las novelas sobre esa temática.
Siendo de ese modo, ¿debe el presidente Luis Rodolfo Abinader Corona confiar en los gobernantes e integrantes de la élite de Haití, o visitar a esa Nación?