Oscar López Reyes
Los que participamos en ayunos/retiros de los centros de yoga –en campiñas donde las brisas soplan con auras y el olfateo de los árboles adormece las almas- no sólo duramos cuatro y cinco días ingiriendo líquido: desayunamos, comemos y cenamos únicamente con agua y limón, o con agua y miel de abejas. Durante ese intervalo, el silencio individual y colectivo es absoluto. En ninguna habitación del convento se observa teléfono, televisión ni otro objeto que derive en ruido, y los que la cohabitamos apenas nos comunicamos por señas, o a través de papelitos.
Al retornar a la casa inmensamente relajados corporal y mentalmente -cargados de renovadas energías con el Hatla yoga (gimnasia psico-física) y el Manta yoga (meditación que calma la mente/cerebro)-, los concurrentes a los aislamientos espirituales sienten las cuerdas vocales refrescantes y tranquilas, las envolturas de la boca más hidratadas y con equilibrio emocional para controlar las lenguas y no soltarlas despampanantemente.
Los que, como los antiguos hindúes y budistas, por unos días logran una ruptura con la realidad sofocante, cuando termina ese alejamiento de su quehacer cotidiano, comienzan a darse cuenta que en el diario “bla, bla, bla” exteriorizan demasiadas vacuencias, creadoras, en un alto porcentaje, de un exceso de salivación, conflictos personales y otros contratiempos que perturban anímicamente.
Y, si después de una profunda reflexión sobre la vocalización, con la psiquis serena, los lectores estudian a José María Cabral, aprenderán a triunfar. “Es difícil encontrar otro libertador de América” –nos dice el historiador Sócrates Nolasco- “tan paciente para leer injurias contra su reputación sin conmoverse ni contestarlas”.
Adiciona que “alto y seco, sobrio y frío…Su templanza era admirable y admirable su entereza en los padecimientos. Comía, puesto que vivía; pero en parquedad nadie le igualaba. Pensaba y hablaba, puesto que dirigía hombres; pero solía permanecer horas y horas en actitud silenciosa, interrumpida al fin por breve orden o monosílabo concreto. A veces parecía que se iba a convertir en pétreo monumento”.
José María Cabral y Luna (1816-1899) tuvo rasgos resplandecientes y también infaustos: en 1844 descolló en la Batalla del 19 de marzo, en Azua; en 1861 fue expulsado del país por el tirano Pedro Santana por su rechazo a la Anexión, y luego retornó por San Juan, junto a Francisco del Rosario Sánchez. En 1863, nuevamente fue deportado, por su adhesión a la Guerra de la Restauración. En 1864 regresó, y designado jefe del frente Sur, donde fue declarado Héroe de La Canela, y en 1865 fue proclamado Protector de la República, y Presidente.
Durante su mandato reformó la Constitución, eliminó la pena de muerte y el ostracismo; creó el Instituto Profesional, aprobó el voto masculino y en 1866 se coronó como el primer jefe del Estado dominicano elegido por ese mecanismo universal. Fue derrocado y en los seis años del ejercicio gubernamental del dictador Buenaventura Báez (1868-1873), Cabral se acantonó en la región Sur, en lo que ha sido denominada como La tercera guerra por la independencia.
El escritor Nolasco matiza que “fue ascético, como ningún otro dominicano; nació para meditar en apartado cenobio”, y cuando salió de la jefatura de Estado, reconocido por su intrepidez y ornamentado por su rectitud/integridad, “lo veían tan pobre que un varón caritativo prestó modesta suma de dinero para que pudiera resolver las que a los demás les parecieron necesidades inmediatas”.
El ejemplo de Cabral se vuelve una sentencia: en vez de palabrerías, calcula; en vez de comportarse como un loro, acciona.
La gente repite que a los calladitos, cójanles miedo, porque ellos maquinan sin desperdiciar el tiempo. Ciertamente, sus reservas retóricas, sin burbujeos ni resonancia, son sus linternas que, lejos de jorobas, alumbran sus veredas. No se les secan las gargantas, ni se les inflaman las arterias y venas linguales.
El carismático Vladimir Putin, el segundo mandatario que más tiempo ha durado en el mandato de Rusia (20 años) después de José Stalin, ha tenido éxito gubernamental, entre otros hitos, porque no redunda. Cuando toma la tribuna, ofrece respuestas directas, duras y sin vacilación a Occidente, sobre todo a los que pretendan traspasar la línea roja de su país. Controla sin difusas todas las estructuras mediáticas, sin disminuir su apetecible popularidad.
Al taciturno y subrepticio Kim Jong, presidente de Corea del Norte, heredero de la única dinastía socialista del universo, sólo se le acercan los integrantes de una gerontocracia militar estratégica, denominada Inmin Gun o Ejército Popular de Corea (EPC) y la Comisión Nacional de Defensa; sus asesores propagandísticos, fotógrafos y camarógrafos. No improvisa palabras, muchacho al fin, y sus discursos escritos son revisados minuciosamente por ojos prudentes, que dominan sin tapujos los instrumentos de divulgación masiva.
El presidente de la nueva República Popular China, Xi Jimping, categorizado ya como el líder más poderoso del globo terráqueo, preside escasas conferencias de prensa, platica poco y muy directo, pero en momentos estelares. Difunde los asuntos de Estado a través de portavoces y un equipo especial examina/supervisa los contenidos de los medios de comunicación.
Salvo el bufón Donald Trump, los presidentes de Estados Unidos casi embalsaman las lenguas, para eludir hablantinas largometrajes que provoquen sarpullidos en la opinión pública, y delegan las difusiones imprescindibles en sus “speakers” voceros/portavoces, u “oficial media spokesperson”. Esos jefes de gobierno han acogido las recomendaciones de sus asesores en comunicación de que sólo discurseen por un máximo de seis minutos. Refunfuñando, Bill Clinton tuvo que aceptar que una alocución suya fuera reducida de 12 a 6 minutos.
La exuberancia lingüística ha sido demolida por la sabiduría popular en filípicas, citas y frases de filósofos, así como en la veta de refranes, proverbios, aforismos, apotegmas y dichos de fácil interpretación lexicológica. Tiremos la vista a diez de ellos:
1.- Hace de hablar como en testamento, que a menos palabras, menos pleitos. Baltasar Gracián (España 1601-1658), jesuita y escritor del Siglo de Oro.
2.- Las heridas de la lengua son más peligrosas que las del sable. Proverbio árabe.
3.- Las palabras son como las hojas: cuando abundan, poco fruto hay en ellas. Alexander Pope (Londres 1688-1744), poeta del siglo XVIII.
4.- Más vale dar un resbalón con el pie que con la lengua. Máxima Aramea, hoy Siria, Líbano, Iraq e Israel.
5.- El sabio habla porque debe decir algo; el necio, porque le gusta decir algo. Ángel Ganivet García (España 1865-1898), escritor y diplomático.
6.- El secreto de aburrir es contarlo todo. François-Marie Arouet o Voltaire (París 1694-1778), historiador y filósofo.
7.- Si los hombres han nacido con dos ojos, dos orejas y una sola lengua es porque se debe escuchar y mirar dos veces antes de hablar. Marie de Rabutin-Chantal (Francia 1626-1696), Madame de Sévigné, escritora y epistológrafa.
8.- Quién mucho habla, mucho yerra. (Anónimo).
9.- Mucha habla, poco hace. (Anónimo).
10.- Por la boca muere el pez. (Anónimo).
Colofón: se recomienda no vocalizar en exceso, circunscripto a tópicos que sean de interés para los contertulios, sin peroratas ni verbenas extensas y cansonas. Guiado por la brevedad codificadora –privilegiando con mayor frecuencia los signos y símbolos- y la introspección, descansan las glándulas salivares, hidrata la musculatura del órgano de fonación y rehúye las quejas, litigios y demandas.