Néstor Estévez
Con el fallecimiento de José “Pepe” Mujica, el 13 de mayo de 2025, a los 89 años, nos queda como legado un referente para estos tiempos.
Exguerrillero, presidente de Uruguay (2010–2015) y símbolo global de austeridad ética, Mujica representó una visión de desarrollo profundamente humana. Su legado resulta especialmente clave de cara a impulsar mejoría de vida. Como es harto sabido, su vida y pensamiento encarnaron principios relacionados con temas como participación, justicia social y crítica al modelo consumista dominante.
Un guerrillero que optó por el diálogo
Mujica emergió del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, un grupo guerrillero que combatió la desigualdad en los años 60 y 70. Tras 13 años de prisión, muchos en condiciones inhumanas, fue liberado en 1985 y optó por la vía democrática.
Así llegó a la presidencia de su país. En Uruguay, legalizó el matrimonio igualitario, el aborto y la marihuana, y promovió políticas de redistribución como el Plan Juntos y el aumento del salario mínimo.
Su estilo de vida austero no fue solo una elección personal, sino una declaración política. Mujica donaba el 90% de su salario y vivía en una modesta chacra, como llaman en su tierra a pequeños predios situados usualmente en las periferias urbanas, dedicados a producir alimentos para el abastecimiento de las ciudades.
“No soy pobre. Soy sobrio, liviano de equipaje para que las cosas no me roben la libertad”, afirmaba. Su coherencia entre discurso y práctica convirtió a Pepe Mujica en un referente moral en una región marcada por la desconfianza hacia las élites políticas.
Comunicación para el buen vivir
La visión de Mujica se alinea con corrientes latinoamericanas de comunicación para el desarrollo, que desde los años 60 han promovido modelos participativos y dialógicos. Autores como Mario Kaplún, Daniel Prieto Castillo y Jesús Martín-Barbero defendieron una comunicación entendida como proceso ético, estético y político, centrado en la participación y el empoderamiento de las comunidades. Aunque Mujica no fue académico, sus discursos y acciones encarnaron estos principios.
Es memorable su célebre intervención en la ONU en 2013. Allí cuestionó el modelo de desarrollo basado en el hiperconsumo: “¿Qué pasaría si los indios tuvieran la misma proporción de autos por hogar que los alemanes? ¿Cuánto oxígeno nos quedaría?”
Esta crítica al modelo extractivista y consumista conecta con las propuestas de “comunicación para el buen vivir”, que promueven un desarrollo sostenible, equitativo y culturalmente pertinente.
Pero Mujica fue también un defensor de la integración latinoamericana. En entrevistas recientes, lamentaba la falta de unidad regional: “Si no creamos mecanismos que nos integren, terminaremos como hojas al viento”.
Su visión coincide con las propuestas de comunicación para el desarrollo que abogan por la soberanía comunicacional y la construcción de narrativas propias frente a la hegemonía mediática global. La integración no solo es económica o política, sino también simbólica y cultural.
Un legado para las nuevas generaciones
Mujica inspiró a jóvenes de toda América Latina. Su autenticidad, humildad y compromiso con los más desfavorecidos lo convirtieron en un referente ético. En un continente donde la política suele asociarse con corrupción y privilegios, su figura demostró que es posible ejercer el poder con honestidad y coherencia.
Su legado plantea desafíos y oportunidades para quien asume la comunicación como vía para el entendimiento y el avance:
Ética y coherencia: la vida de Mujica muestra la importancia de alinear discurso y práctica, un principio fundamental en la comunicación participativa.
Participación y empoderamiento: su enfoque en políticas que involucraban directamente a las comunidades refleja la esencia de una comunicación que busca transformar realidades desde la base.
Crítica al modelo dominante: su cuestionamiento al consumismo y al desarrollo basado en el crecimiento económico sin límites invita a repensar las metas y métodos al comunicar.
Es por eso que la partida de Pepe Mujica deja un vacío, pero también una hoja de ruta. Su vida es testimonio de que otra política es posible, y su pensamiento, una guía para quienes trabajan por una América Latina más justa, solidaria y humana.
Como él mismo dijo: “El mundo necesita menos egoísmo y más solidaridad. Necesita más humanidad y menos consumo”. Ojalá que su legado nos inspire a construir una sociedad que coloque la vida en el centro.