Imagina que a tu casa llega una nube de mosquitos y te activas para acabar con esta “amenaza”. Tomas un espray antimosquitos, rocías un poco y seguramente acabarás con ellos o se irán. En este caso, el espray ha cumplido su función. Pero imagina que tu sigues rociando sin ton ni son. Llegará un momento en que algo que fue beneficioso se vuelva en tu contra.
Algo así ocurre con la inflamación.
Cuando aparece una infección, lesión o toxinas, en general algo nocivo que puede hacerle daño a tu cuerpo, la inflamación surge como un proceso de tu organismo para luchar contra esos males, como mecanismo para curarse a sí mismo.
En este proceso, el cuerpo libera sustancias químicas como anticuerpos o proteínas y un mayor flujo de sangre hacia el área dañada, que desencadenan una respuesta de su sistema inmunitario.
“Es donde está toda la respuesta inmunitaria, donde el organismo acude y cuya respuesta evidente es la inflamación”, dice Mario López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología.
Es lo que ocurre cuando nos cortamos, por ejemplo. La zona afectada inmediatamente se inflama, se enrojece y duele, para luego ir poco a poco reponiendo el tejido hasta sanar.
Y esto, una respuesta rápida, inmediata y corta en el tiempo, es un ejemplo de inflamación buena.
El propósito es proteger al huésped, eliminar los microorganismos invasores que pueden ser dañinos, según explica la doctora Diana Alecsandru, directora de Inmunología y Fallo Reproductivo en el IVI (Instituto de Infertilidad, España).
Así, con la colaboración entre varios componentes celulares, se alerta a nuestro sistema, por ejemplo con fiebre, y se elimina el factor que está haciendo daño.
Pero, como ocurre con el espray de las moscas, un exceso de esta respuesta de nuestro sistema inmune puede ser perjudicial.
La inflamación, tan beneficiosa para el organismo, puede tener un lado negativo.
Por qué se produce la inflamación crónica
La inflamación puede persistir porque una infección o una lesión no se han curado bien, por ejemplo.
Otro caso en el que ésta persiste es cuando se tiene un trastorno autoinmune, donde el sistema inmunitario ataca por error a un tejido sano o al sistema en general.
También puede producirse por la exposición a largo plazo a irritantes, como el aire contaminado o químicos industriales.
Y por el cambio de vida de la humanidad de los últimos 50 años.
«Nuestra microbiota (los microorganismos de nuestro sistema digestivo) ha ido variando para mal con la industrialización. Comemos más procesados, más cosas malas para nuestra salud. Y se rompe ese equilibrio entre bacterias buenas y oportunistas», dice la doctora Alecsandru.
«La inflamación cuando es beneficiosa no nos enteramos, pero cuando es mala, sí», puntualiza López Hoyos.
A esto se añade un modo de vida nocivo: dormir poco, tener estrés, que genera cortisol y en excceso desregula la respuesta inmunitaria, fumar, tomar alcohol, comer mal y con grasas saturadas, apenas salir de casa y no recibir vitamina D del sol.
Así, aparecen infecciones a nivel pélvico, urinario, en el endometrio… Y esto despierta la reactividad inmunológica que, aunque sea de bajo grado, «se mantiene todo los días, 24 horas, 365 días al año».
Y esto al final tiene un impacto sobre nuestra salud general: «Nos afecta a la sangre, a nivel neurológico… A todo», dice Alecsandru.
Cuáles son los síntomas
López Hoyos apunta que toda inflamación, según los parámetros médicos clásicos, se detecta de cuatro formas: dolor, tumor, rubor y pérdida de función.
Pensemos por ejemplo en un corte en la mano: habrá dolor, la zona se abultará, se enrojecerá y, si el corte es fuerte, puede que perdamos movilidad.
Así ocurre, más o menos, con todos los órganos que se inflaman. Pero no es tan sencillo percibir la inflamación crónica de bajo impacto y menos aún diagnosticarla.
“Hay marcadores que dan pistas, pero hay que ir al punto de dónde y qué lo genera. Por ejemplo, a quien tiene hipotiroidismo se le inflama la tiroides, a quien tiene una celiaquía, se le disparan determinados anticuerpos”, expresa.
Para la doctora Alescsandru, los síntomas de la inflamación crónica de bajo grado son ya tan comunes que no somos conscientes, “nos hemos acomodado a ellos: a tener un estado de cansancio crónico, a la debilidad, a las infecciones recurrentes, a catarros constantes”.
Otro modo de ver que hay inflamación es cuando aparecen problemas recurrentes en la piel como eccemas o soriasis. “La piel es el órgano más grande, hay muchas células inmunes bajo la piel y este es el primer indicador que salta”, dice.
También apunta a la calidad del pelo y de las uñas. Si no están en buen estado, puede ser indicador de que algo no va bien.
Fijarnos en nuestro sistema digestivo en su conjunto también nos puede hablar de inflamación. Si hay llagas en la boca, digestiones pesadas, problemas para deglutir bien, más flatulencias, tener más deposiciones o dificultad para tenerlas, tener el abdomen distendido aunque se haya comido algo tan pequeño como una manzana, o dolor en el abdomen pueden ser otros síntomas.
Otros síntomas puede ser la dificultad para dormir o la ansiedad.
Pero sin duda, sostiene Alecsandru, las infecciones recurrentes son el claro indicador de que hay inflamación crónica.