Oscar López Reyes
Tres copiosas marchas patrióticas han sido acometidas, vocalizando solemnes estrofas del himno nacional y flameando el pabellón tricolor en el relampagueo de cielos vulnerados, clamando sin suspenso que desde el exterior socorran a Haití. En el único sólido respaldo institucional recibido por el presidente Luis Rodolfo Abinader, en su similar imploración, las caminatas blandean como fusiles de nuevo cuño con miras a contener a los vecinos occidentales, a los que en 1929 hubo que cederles el 8% del territorio nacional y en 1936 otro 3%.
Las vivaces marchas del Instituto Duartiano en El Conde, Santiago y Azua, e igual grito multilateral de Abinader, son clarinadas imperiosas, atendibles e inaplazables ante los espinosos y comprometedores acaecimientos que sacuden a Haití. En su distanciamiento, el ID y el jefe de Estado construyen esperanza, que se consolidaría con la implementación del plan integral “Mi frontera RD”, que consta de 90 iniciativas y proyectos, y la aprobación en el Congreso del proyecto de ley que establece que sólo los dominicanos pueden comprar propiedades inmobiliarias en la zona divisoria.
Después de dos mutilaciones territoriales dominicanas, ahora Washington y agencias intercontinentales se plantean como agenda sacrificar a la República Dominicana con una fusión informal, vía el trasvase de la población haitiana, que sería un zarpazo mortal, como una pretendida solución trágica para no cargar con un incómodo bardal enhebrado por los imperios y la propia oligarquía haitiana.
Mutilación democrática. El 21 de enero de 1929, el presidente dominicano Horacio Vásquez (1924-1930) rubricó en Santo Domingo con el jefe de Gobierno haitiano, Louis Bornó, un tratado que perjudicó a la República Dominicana, en virtud de que le cedió 4 mil 572 kilómetros cuadrados (8% del territorio dominicano), buscando zanjar un diferendo limítrofe y estimular la conciliación y la convivencia pacífica. ¡Ja, ja, ja!
Al ser proclamada como Estado independiente y soberano, el 27 de febrero de 1844, la República Dominicana heredó de la porción española de Santo Domingo, consignada en el Tratado de Ajanjuez de 1777, la franja de 54 mil 642 kilómetros cuadrados (72% de la isla). Los pueblos perdidos fueron Hincha (Lares de Guaba), la tierra de nacimiento de Pedro Santana; Las Caobas, Capotillo, Rancho Mateo, San Rafael de la Angostura y San Miguel de la Atalaya, donde originalmente se asentaron -tranquila, lenta e ilegalmente- nativos de Haití.
En esa coartada, como se procura ahora en el 2022, hubo una imposición de Estados Unidos, cuyos técnicos y jerarcas militares radicados en Haití (ocupados por los gringos entre 1915 y 1934), consideraron que la raya debía ser marcada a partir de los poblados con mayor presencia de haitianos y dominicanos. También fue complacido el reclamo de la oligarquía haitiana para que los fértiles territorios dominicanos citados pasaran a su propiedad.
Mutilación autocrática. Tras el tratado dominico-haitiano de 1929 no cesaron las disputas y choques armados en la frontera, con más repercusión entre 1931 y 1934, años en que en Dajabón, Restauración y otros espacios físicos de la parte Este de la isla se reportó la presencia de ilegales, depredaciones y robos en la ganadería y la agricultura. Esos delitos llamaron a nuevas conversaciones, que sumaron más de 100, y que condujeron a la firma de un protocolo de revisión del precitado tratado, concretizado el 27 de marzo de 1936, y que delimitó, hasta el santo día de hoy, la frontera dominico-haitiana.
Este instrumento jurídico fue pactado luego de conversaciones directas entre los presidentes Rafael Leónidas Trujillo Molina y Stenio Vincent, quienes firmaron en Puerto Príncipe el protocolo de revisión del tratado domínico-haitiano, el 21 de enero de 1929, mediante el cual el gobierno nacional cedió a Haití 666 mil tareas del valle de La Miel, que representó el 3% del territorio nacional.
¿Por qué Trujillo se doblegó?
Públicamente, el tratado fue justificado en aras de la “paz absoluta y los lazos de amistad inalterables que deben presidir las relaciones entre los dos pueblos”, y para seguir dando comodidades de tránsito a los ciudadanos haitianos y dominicanos por el paso de La Miel, el camino real de Bánica a Restauración, en el Noroeste del país.
En el fondo, el móvil oculto de ese traspaso es de carácter político-persecutor. El autor Bernardo Vega reveló que hubo un acuerdo secreto, “por medio del cual Vincent se comprometía a no permitir la estadía de nuevos exiliados y salir de los que aún quedaban, en base a que Trujillo cediese territorios que según el Acuerdo de 1929 eran dominicanos”. ¡Bárbaro!
Cómo captamos, los presidentes Vásquez y Trujillo pisotearon burdamente la sangre esparcida por miles de bravos dominicanos en cuatro guerras de campaña (desde 1844 hasta 1856), a las que se incorporaron, tras despedirse de padres, esposas, hijos y hermanos, para arrojarse a campos de combates -no sabían si volverían a casa-, en virtud de que comprendieron que la Patria aclimata como abrigo supremo.
En 14 decididas batallas escenificadas en esos 12 años, los valientes derrotaron estrepitosamente al Ejército haitiano, preservando así la independencia nacional. En fuegos cruzados con fusilería, artillería y fragatas, bergantines y goletas, los comandados por Francisco Sosa, Vicente Noble, Antonio Duvergé, José María Cabral, José Joaquín Puello, Pedro Santana (posteriormente un grosero traidor), Juan Pablo Duarte, Ramón Matías Mella, Francisco del Rosario Sánchez, Juan Alejandro Acosta, Juan Bautista Cambiasso, Juan Bautista Maggiolo, José María Imbert, Juan Luis Franco Bidó, Fernando Valerio López y otros resueltos dejaron montañas de cadáveres de las tropas invasoras.
Hoy la Patria peligra. El 10 de noviembre de 2021, el gobierno de Estados Unidos dijo, a través del subsecretario de Estado para la lucha contra el narcotráfico, Todd D. Robinson, durante una visita a Haití, que no asumirá la seguridad de esa Nación. Y, luego de sospechosos zigzagueos, la ONU está “pidiendo” a la República Dominicana -cual procónsul- que detenga las deportaciones de migrantes haitianos ilegales. Patentemente, se precisan fusiles, carros blindados, aviones, tecnología e inteligencia, para proteger la frontera, no para pelear. Y, para salvarla, basta con follar conciencia nacionalista, cohabitar y trajinar, verticalmente, alrededor de seis astas:
1.- Continuar las marchas patrióticas del Instituto Duartiano, esta vez concentradas en cada pueblo. Profesionales, empleados públicos y privados, medianos empresarios y otros laboriosos; estudiantes, doncellas, madres de familia, domésticas y cesantes/ociosos no pueden permitir que sumisamente les quiten el terruño legado por Duarte y los Trinitarios. ¡A desfilar, todos!
2.- Adherirse, el mayor número de dominicanos, a los clamores en cumbres, reuniones y mediáticos del presidente Abinader, quien luce cuasi solitario en la brega contra poderes transnacionales que apenas escuchan en el coraje de la resistencia colectiva. ¿Para qué existen tantas organizaciones y tantos burócratas?, follones y huidizos en su casi generalidad.
3.- Acelerar la construcción del muro.
4.- Priorizar el lanzamiento en la instancia gubernamental del plan integral “Mi frontera RD”, diseñado por técnicos del Ministerio de Economía, Planificación y Desarrollo, para fomentar el emprendimiento y la creación de empleos en seis provincias. ¿Por qué no comienzan su ejecución?, para evitar que los habitantes fronterizos sigan abandonándolos.
5.- Intensificar -hasta convertirlas en masivas- las repatriaciones de ilegales, amparado el Gobierno en la Ley General de Migración 285-04, y respetando los consabidos derechos humanos.
6.- Declarar de urgencia y aprobar en las cámaras legislativas el proyecto que establece que sólo los nacionales pueden usufructuar bienes inmuebles fronterizos, para impedir que sean adquiridos por extranjeros y narcotraficantes. Esa ley es un mandato de la Constitución que, en su artículo 10, especifica que “se declara de supremo y permanente interés nacional la seguridad, el desarrollo económico y turístico de la Zona Fronteriza, su integración vial, comunicacional y productiva, así como la difusión de los valores patrios y culturales del pueblo dominicano”.
Notoriamente, la cuna de nacimiento está amenazada, y no se salva con la activación de la Comisión Mixta Bilateral, con el incremento del comercio fronterizo, con proyectos conjuntos ni con convenios que no se efectivizan. Se redime con la ejecución y ampliación del programa mínimo esbozado en las seis varas precitadas.
La Patria se libera de los inconvenientes aludidos con la prisión y juzgamiento judicial de los militares pútridos por antonomasia (incluidos altos mandos del Ejército), que viabilizan la entrada de forasteros; el cumplimiento del 80% por empresarios voraces y sin escrupulosidad respecto a la mano de obra extranjera; con acciones sanitarias en la línea de demarcación, el desaire a sociólogos, politólogos, periodistas, funcionarios fuñiques en sus ropajes de felonía astuta y pseudoizquierdistas que se abrazan a la agenda antipatriótica.
Para no colocar una lápida en el mausoleo del parque Independencia, donde descansan los próceres: ¡Aquí yace el antiguo país natal!, ¡Hasta luego!, tenemos que ser más boyantes en aliento y apoyo puntual a ese renaciente Instituto Duartiano, bajo la batuta del preclaro Wilson Gómez Ramírez, y al presidente Abinader para que, con sus candiles, perpetúen la postura consistente en rechazar las infundadas presiones foráneas.
Seamos fieles a Duarte, a los Trinitarios y los adalides de la República. Venerémoslos con las pautas cotidianas, sin medias tintas e imbuidos en sus episodios épicos.