En los últimos 25 años, la República Dominicana ha sido sacudida de manera constante, por escándalos que involucran al Gobierno, al Estado todo y en especial a la justicia y a las fuerzas del orden. Pero en los últimos años, al parecer, se dispararon todos los resortes que contenían los frenos del desorden institucional.
Recordamos que al finalizar la “dictadura ilustrada de Balaguer”, se comentaba de los más de 300 millonarios creados bajo la sombra y protección del gobierno y estado. Se hablaba de corrupción por doquier, asesinatos de opositores políticos y de jóvenes con ideas progresistas o revolucionarias; persecuciones y abusos al por mayor y al detalle, en fin se hablaba de una cadena de oprobios, de nunca acabar.
Al finalizar el siglo XX y entrar el presente siglo XXI, hubo un aparente aletargamiento de esa secuela de iniquidades. Pero en el fondo, realmente se cocían las nuevas formas de depredar a la nación y al país. Vino lo que se llamó, de manera eufemística, “la Reforma de las Empresas del Estado”, que en realidad era la venta, a precios de vaca muerta, del patrimonio estatal a empresarios; muchos de ellos amarrados por lazos no muy claros a los gobernantes de turno.
Aparecieron los “empresarios” y delincuentes del narcotráfico, ligados a los gobernantes y como regla de su comportamiento, todos ellos se alían a los partidos gobernantes o a los líderes de partidos mayoritarios. Les ofrecen “ayudas” de financiamiento en las campañas electorales. También amplían sus bases de apoyo hacia los estamentos militares y policiales. Reparten canonjías y así la alianza entre ellos, se hace indisoluble.
Con este marco, los delincuentes de toda laya, se hacen poderosos bajo el manto de la protección estatal. De ahí devienen todo tipo de violaciones. Se atropella, se abusa, se delinque, se asesina y en los linderos de los delincuentes, no pasa nada. Solo se oye el clamor de las personas afectadas y de la población, que es la desamparada y a la que no se le presta ninguna protección y sin embargo es la población la que paga o a la cual se le sacan los sueldos, los lujos, los vehículos y casi todo lo que reciben como beneficio en su “quehacer oficial”, los que protegen a los delincuentes.
La delincuencia estatal ha llegado a tal límite, que personas con medidas de coerción por abusos, son liberados en lo que canta un gallo y más tarde, esos “liberados” asesinan a las personas de las cuales abusaron y por las cuales les impusieron la medida de coerción. Se conoce de “presos” que salen a realizar “tareas” contra ciudadanos y si algo falla, son asesinados para que no se descubra quienes los liberaron y les dieron órdenes de hacer los nuevos actos delictivos.
Vemos también, como ninguna de nuestras leyes se cumple, para beneficio institucional y seguridad ciudadana y por el contrario, se violan impunemente por aquellos que tienen la responsabilidad de respetarlas y hacerlas cumplir: así ocurre, en Medio Ambiente, en el Ministerio Publico, en el Congreso, en la construcción de las obras de infraestructuras, casos en las Altas Cortes, en la DNCD (bautizada ahora como Dirección de Colocación de Drogas), fiscales corruptos, jueces venales, policías y militares al servicio del delito, etc., etc.
A lo que antes se le llamaba coima, boroneo o indelicadeza y que ocurría comúnmente en niveles bajos y medios del Estado, ahora se le llama soborno y súper corrupción y se habla de miles de millones de pesos y dólares, y ocurre en todas las esferas del Estado. Mientras eso ocurre, la miseria, la inseguridad y la insalubridad cubren a la colectividad completa. No hay agua, no hay electricidad, no hay salud, los centros hospitalarios carecen de presupuesto adecuado y de medicinas y andar por las calles, e incluso estar en su propia casa, es el mayor peligro actual.
Frente a ese cuadro tétrico de la vida del dominicano que trabaja y desempeña su vida bajo la honestidad y el temor, se desdibuja un escenario de “país maravilloso” como gran falacia en la boca de los que son beneficiarios de este estado de cosas.
• Autor Exdirector UASD Centro Barahona