Carlos Julio Féliz Vidal
Jesús preguntó a sus discípulos, qué quién decía la gente que era él. La opinión que las personas tenían de Jesús no era mala, pero tampoco era la correcta. Era una opinión dividida, algunos decían que era Moisés, otros decían que era uno de los profetas. Jesús ni era Moisés, ni Enoc, ni Abraham, tampoco era uno de los profetas.
La imagen que tenía el pueblo de Jesús, no era tan importante como la que debían tener de él sus colaboradores más cercanos.
Jesús preguntó, luego de oír la opinión del pueblo que le dieron los discípulos, y ustedes, quienes dicen que yo soy?. Los discípulos no respondieron, a excepción de uno, Simón, quien le dijo: Tú eres el Cristo, el hijo del Dios Viviente».
Jesús le dijo a Simón que era Bienaventurado porque esa revelación le provino de Dios, no de carne y sangre.
Esa declaración era como una roca, firme, como el nombre que llevaría Simón, y al que hizo referencia Jesús, Pedro, y sobre esa base firme, Jesús dijo que edificaría su iglesia.
Nuestro nombre y nuestra vida puede cambiar ante una declaración o una decisión trascendente. Lo que somos y como somos está a la vista de las personas y dentro de éstas, las más cercanas son las que quizás nos conozcan mejor, pero no siempre es así; Tomás era discípulo y dudaba de la divinidad de Jesús.
Nadie dijo que Jesús era un delincuente, un malhechor, un corrupto, o indeseable socialmente, lo compararon con los grandes de Israel, y, finalmente, uno de sus discípulos declaró que era el Cristo, el hijo del Dios Viviente.
¿Qué dirá el pueblo de nosotros? ¿Qué piensan las personas que tenemos cerca, de nuestra misión y visión de la vida?
¡Ojalá!, que aunque no seamos siempre lo que ellos piensa de nosotros, estemos cerca del ideal de uno de los grandes, porque vivamos nuestras vidas distanciada de la mezquindad.