Xavier Carrasco
Un incidente reciente en una barbería que operaba en horas de la madrugada ha desatado un debate nacional sobre los límites del emprendimiento, la autoridad policial y la responsabilidad del Estado en garantizar la convivencia ciudadana.
La intervención de un agente de policía que intentó cerrar el establecimiento, seguida de declaraciones contradictorias entre el director de la Policía Nacional y la Ministra de Interior y Policía, ha dejado más preguntas que respuestas sobre el verdadero rol del Estado en casos como este.
La Ministra aclaró que no existe una restricción horaria formal para las barberías, y que la intervención respondió a la presunta venta de bebidas alcohólicas. Sin embargo, más allá del debate jurídico puntual, lo que realmente está en juego es algo más profundo: ¿qué significa vivir en un Estado social, democrático y de derecho? ¿Cómo se materializa ese ideal en la vida cotidiana, especialmente durante la noche?
La Constitución Dominicana establece, en su artículo 8, que es función esencial del Estado la protección efectiva de los derechos de la persona, el respeto de su dignidad y la garantía de una convivencia pacífica y democrática.
El artículo 62 consagra el derecho al trabajo, pero también advierte que el ejercicio de cualquier derecho no puede ir en contra del interés general. Además, el artículo 128 responsabiliza al Poder Ejecutivo de garantizar la paz social y el orden público.
También el artículo 40, numeral 15, establece que “a nadie se le puede obligar a hacer lo que la ley no manda ni impedírsele lo que la ley no prohíbe”. No obstante, esta libertad debe interpretarse en el marco de un principio de justicia colectiva: la ley es igual para todos y debe buscar lo que es justo y útil para la comunidad. Es decir, si bien los emprendedores tienen derecho a producir, la comunidad también tiene derecho a descansar y vivir en paz.
¿Es razonable que una barbería funcione a las tres de la mañana, en un entorno residencial, con música estridente y consumo de alcohol?
¿Dónde queda el derecho de los vecinos a descansar, a sentirse seguros, a criar a sus hijos en un ambiente tranquilo?
No se trata de criminalizar el trabajo honesto ni de impedir que los ciudadanos busquen formas de ganarse la vida. Se trata de establecer límites razonables para que los derechos de unos no atropellen los de otros. La libertad económica no puede servir de excusa para encubrir el irrespeto a la tranquilidad pública.
El Estado no puede ser un espectador ante este tipo de conflictos. No debe inclinarse ante la presión mediática ni responder con improvisación ante la viralidad de las redes sociales. Su rol es actuar con legalidad, equidad y firmeza, velando por el bienestar colectivo por encima de los intereses particulares.
Resulta preocupante que algunas decisiones se tomen con un evidente grado de improvisación, y más aún que se privilegie la popularidad digital sobre el mandato constitucional. Esta falta de criterios claros abre la puerta a la arbitrariedad, debilitando la confianza ciudadana en las instituciones.
La propia Constitución, en su preámbulo, consagra el bienestar social y la paz como fundamentos esenciales del orden constitucional. Esto implica que la paz no se limita a reducir homicidios o atracos.
También significa garantizar la tranquilidad en barrios y sectores. Y eso incluye no tener una “barbería” convertida en bar a las 3 de la madrugada, con música perturbadora en una zona residencial.
Si realmente aspiramos a vivir en un Estado social, democrático y de derecho, ese Estado debe ser garante de todos. No solo de los dueños de negocios nocturnos.
También de la madre que no puede dormir porque al lado de su casa hay ruido constante; del anciano que necesita descansar; del niño que se despierta de madrugada.
La paz social no se construye solo con leyes, sino con respeto mutuo y con un Estado que haga valer los derechos de todos, especialmente de los más vulnerables.
No estamos en contra del emprendimiento. Estamos en contra de la impunidad disfrazada de libertad económica. Porque en una verdadera democracia, la libertad y el orden no se enfrentan conviven.
*Autor, abogado de formación, comentarista de radio y político