Xavier Carrasco
Cada año, como es natural, el ruido ensordecedor de las máquinas y ese aroma penetrante del bagazo anunciando que ha llegada la zafra en el histórico, pero también, cultural, en nuestro ingenio Barahona, pero ahora esa actividad económica la lleva a cabo el Consorcio Azucarero Central (CAC).
Ellos, el CAC, una empresa de capital mixto: dominico – guatemalteco, llevan a cabo esta actividad, cuyas maquinarias es el eco perfecto para dar inicio a la producción de azúcar, un motor económico vital no solo para esta provincia, sino para para región y el país.
También, impacta negativamente el turismo local, porque nadie quiere venir a una ciudad en donde se ponga en juego su salud y, por tanto, debe existir preocupación en esa dirección de parte de nuestras autoridades.
Detrás de ese aparente progreso de una actividad económica a partir de este monocultivo, como es la siembra de caña, no necesariamente contribuye al desarrollo social y económico, se cierne una nube literal y figurativamente sobre el distrito municipal de Villa Central.
Los reclamos no son nuevos, ni menores. Residentes de esta comunidad denuncian año tras año, los efectos nocivos del humo que emana durante el proceso de producción del azúcar, el cual tiñe el cielo de esas partículas negras, la cual invade hogares de sus moradores, pero aún, nuestros pulmones, sobre todo, de quienes viven más próximo a nuestro otrora pulmón económico.
Quienes allí viven están en condiciones de pobreza y sin los recursos para costearse las consecuencias en su salud generada por esta actividad económica.
La causa, según alegan, es el uso de carbón mineral como combustible en las calderas del ingenio: un material altamente contaminante, cuya combustión libera partículas tóxicas, dañinas para el sistema respiratorio.
Lo más alarmante no es la denuncia en sí, sino la normalización del daño, pues no se observan acciones tendentes a buscar una solución a esta problemática que, también, impacta negativamente el medio ambiente, incluso de la Bahía de Neyba, por su proximidad con el Mar Caribe.
Cada ciclo de zafra parece seguir el mismo libreto: el CAC produce, Villa Central protesta, las autoridades prometen investigar y, meses después, todo vuelve a comenzar nuevamente como si nada pasa ni nos afecta.
Mientras tanto, nuestros pulmones, los cientos de miles de ciudadanos y ciudadanas son los verdaderos sacrificados en nombre de la productividad, la creación de riqueza, una parte se esfuma, no solo de la región, sino del país, así como los pasivos ambientales, los cuales, también, tendrán un coste económico en el tiempo, aunque no lo veamos ahora.
No se puede negar la importancia que como empresa tiene el Consorcio Azucarero Central, arrendatario del ingenio Barahona, pues su presencia en la zona es garantía de empleos, tanto directos como indirectos, lo cual es innegable que dinamiza nuestra economía regional y mantiene viva una tradición agrícola de décadas, aunque, también, se producen situaciones con productores (pequeños y medianos) por el tema del agua para el regadío.
Precisamente por su peso económico y social, el cual tiene, sin lugar a dudas, es aún más urgente exigirle responsabilidad socioambiental en su actividad productiva.
El desarrollo y la generación de riqueza, que en su gran mayoría, como es natural engorda los bolsillos del «patrón», no puede ser una excusa valida para que permitamos, como si normalizaramos esta situación para contaminar o provocar enfermedades en nuestra población, sobre todo, en Villa Central.
La salud de una comunidad no puede ser el precio a pagar por mantener encendidas las calderas de la industria azucarera, la cual data desde el año 1916.
Es hora de que el CAC inicie una transición responsable hacia formas de energía más limpias y sostenibles. Existen alternativas al carbón mineral que permitirían reducir significativamente la emisión de partículas dañinas. La tecnología lo permite. El país lo necesita. Y Villa Central lo exige.
Asimismo, las autoridades ambientales no pueden seguir jugando el papel de espectadores pasivos. Su rol debe ser activo, firme y coherente con la misión de proteger el medio ambiente y la salud pública. Hacer cumplir las normativas ambientales no es una opción, sino una obligación.
La zafra puede y debe seguir siendo sinónimo de riqueza y tradición, pero no a costa del bienestar de los más vulnerables. Villa Central merece respirar aire limpio. Merece respeto. Y merece, sobre todo, un consorcio que sea aliado del progreso, no enemigo de la salud.
*Autor: abogado de formación, comentarista de radio y dirigente político