Oscar López Reyes
Al unísono de los juegos recreativos infanto-juveniles, mi memoria guarda como impactantes e imborrables las escenas de familias de Jaquimeyes, Canoa, Pescadería, Palo Alto, Peñón, Fundación, Habanero y otras comarcas del Suroeste refugiadas en la Gobernación, el Ayuntamiento y el Cuerpo de Bomberos de Barahona -a principios de la década de 1960- luego de haber sido socorridas ante las inundaciones provocadas por los desbordamientos del río Yaque del Sur. Esa penitencia termina con la puesta en funcionamiento del embalse de la presa Monte Grande.
La principal función de este megaproyecto es salvar vidas -por el control de las crecidas en la cuenca baja de este torrente que nace en la Cordillera Central y recorre 130 kilómetros-, y después suministrar agua potable, irrigar predios agrícolas, generar hidroelectricidad y fomentar la pesca y el turismo ecológico.
Al presidente Luis Rodolfo Abinader Corona le ha tocado la honra de inaugurar esta obra, razón que incrementa mi superior cavidad craneal sobre el por qué, sin ser un nativo de la geografía física de la sub-región Enriquillo, ha puesto tanto empeño en ella.
Mucho antes de ser presidente de la República, varias veces me refirió, personal y telefónicamente, la belleza inconmensurable de esta zona, para expresar penas por sus agobios. Y, en ese gesto de sensibilidad, me planteó el imperativo de crear una fundación para trabajar por el bienestar de Barahona, idea que no pudo ejecutar por ser absorbido por las campañas políticas.
En un encuentro/almuerzo con periodistas en el Palacio Nacional, a los pocos días de juramentarse como mandatario, se dirigió a mi mesa para comentarme que había hecho una encuesta, en la cual la delincuencia sobresalía en mi entrañable Barahona y que pondría énfasis en esta problemática.
Abinader Corona sigue impresionado con Pedernales, a donde está llevando el primer crucero, una extensión de la UASD y su carretera, y con Barahona, que la visita como si fuera su patria chica. El proyecto múltiple Monte Grande, con capacidad para almacenar aproximadamente 350 millones de metros cúbicos, beneficiará a unos 22 mil productores agrícolas. Operará conjuntamente con la presa de Sabaneta, enclavada en San Juan, y la presa de Sabana Yegua, en Azua, en una iniciativa única.
Monte Grande, cuya construcción supera los 25 mil millones de pesos, a cargo del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (Indrhi), se ha convertido en la más relevante obra de la República Dominicana, tanto por su infraestructura, inversión y su aspecto social en el componente salvavidas, agua potable, agricultura y alimentos. Es excepcional en su clase, en la protección sísmica y la extensión de su vida útil: la más centenaria.
Monte Grande se hermana con la tranquilidad, la mejoría de la calidad de vida de sus habitantes y el desarrollo económico y social. Con la inauguración de su estanque -en la primera fase del complejo- su canal ecológico hará desaparecer las inundaciones en sus calles, casas y fincas, y el gavilán, el carpintero, el palmito y otras aves volverán a volar por las cabezas de moradores sin sobresaltos, que dormirán tranquilos y seguros de que sus platanales y otros frutos serán cosechados en estancias y bosques sin lodos, por su equilibrada pluviometría.
En su segunda etapa, que aguardamos sea pronto, tendremos las infraestructuras complementarias, o sea, el sistema de agua potable del Acueducto Múltiple del Suroeste, que abastecerá a 35 comunidades de las provincias Barahona, Bahoruco e Independencia, donde viven 450 mil personas; la construcción de canales para irrigar más de 350 mil tareas agrícolas, la generación de energía eléctrica (13 mega watts), la pesca y el turismo.
Hacia el lago Enriquillo (con agua más salada que la del mar y donde abundan las iguanas), balnearios, como Las Marías en Neyba, y el río más corto del país: Los Patos; la laguna de Rincón en Cabral, los senderos de la sierra del Bahoruco, las playas, como la de San Rafael; la laguna de Oviedo y bahía de las Aguilas, en Pedernales, los visitantes nativos y extranjeros podrán regocijarse espiritualmente con la vista del zorzal de la Selle, el Zumbador Esperalda, la Cortacubas de pico ancho, la curruca aliblanca, el solitario de garganta rufo, el trogón de la Hispaniola y la paloma codorniz.
Reposado en una silleta, debajo de una carpa en la falda de una montaña nutrida de historia y sembrados alimenticios, presenciamos la inauguración del embalse de esta magna obra, rememorando a las familias de los poblados arribados citados refugiadas en instalaciones gubernamentales y en casas de amigos de Barahona. Vayamos a ver la presa y, enseguida, disfrutemos de toda esta belleza natural descrita, partiendo desde Azua, siguiendo a Neyba, Jimaní, Barahona y concluyendo en Pedernales. El Sur está de moda…!