German Marte
Aparentemente, los “sabios” estrategas del presidente Luis Abinader descubrieron que era buena idea exacerbar los ánimos “nacionalistas” tomando para sí el discurso anti haitiano, bajo la premisa de que una amenaza externa unificaría al reino en torno a su monarca.
Los miembros del sanedrín perremeísta pensaron que sería genial si con una sola jugada, Abinader le arrebata el discurso al candidato del PLD y se erigía en el Cid Campeador de los conservadores, disputándole ese puesto a Leonel. ¡Capicúa, 25!
De repente, según esta narrativa oficial, el principal problema del país ya no es la inseguridad, la pobreza, la corrupción, el alto costo de la vida o la falta de una auténtica seguridad social, sino el canal del río Masacre que construyen los haitianos en su territorio, y que aparentemente dejaría sin agua, sin vida, a miles de dominicanos.
Vimos entonces al liderazgo nacional, incluidos “opositores”, algunos de ellos auténticos vendepatrias (valientes de pacotilla), formando filas detrás de “su presidente” listos para “defender la Patria” ante el “peligro haitiano”.
Podríamos decir que en parte los “sesudos” estrategas de Abinader tomaron en cuenta que efectivamente la guerra o amenaza de guerra sirve a la política y también que “la política no es otra cosa que la continuación de la guerra por otros medios” (como establecen Foucault, Clausewitz y otros teóricos).
Sin embargo olvidaron las enseñanzas del legendario Sun Tzu (autor del manual sobre El Arte de la Guerra, y de quien parten los tratadistas supra indicados).
Este general chino sentenció hace más de 2,000 años que “la mejor estrategia ofensiva es aquella que permite a uno confundir y desorganizar al enemigo de tal manera que se rinda sin necesidad de un enfrentamiento directo”.
Según Sun Tzu, “esto puede lograrse mediante el uso astuto de la diplomacia y la estrategia, en lugar de depender exclusivamente de la fuerza militar”. O sea, la mejor batalla es la que se gana sin necesidad de pelear.
En esta disputa sobre el canal, los gobiernos de Haití y República Dominicana debieron agotar todas las vías diplomáticas antes de hacer una inútil y ridícula demostración de fuerza de este lado, mientras del otro lado se montaba un multitudinario show antidominicano.
La discusión debe ser técnica, no en base a un supuesto nacionalismo. Ni Haití es peligro para el país, ni los dominicanos somos enemigos de los haitianos. La convivencia pacífica y el respeto mutuo conviene a ambos pueblos.
Los haitianos tienen igual derecho que los dominicanos a usar (racionalmente) los recursos hídricos fronterizos.
Si lo están haciendo mal, eso debe discutirse a nivel técnico. Si no entran en razón habrá que ir a un arbitraje internacional. Hacer de este lado lo mismo que hacen ellos, si está mal, sería como hacernos cómplices del asesinato de un río.
El cierre total de la frontera ya es una medida que resulta insostenible por el efecto que tiene sobre la economía local; ya que no solo afecta sensiblemente a los pequeños comerciantes, sino también grandes y medianas empresas que exportan sus productos hacia Haití.
El despliegue de un amplio contingente militar en la frontera también es insostenible, pero además es –más que desproporcional- absurdo, porque ¿contra quién van a luchar nuestros militares? Ese costoso aparataje no se puede sostener por mucho tiempo, pero, además, qué ganamos con eso.
Mientras Abinader y Ariel Henry (piensan que) sacan beneficios momentáneos a esta escaramuza, los productores de huevos y pollos son los más perjudicados, sin duda, dado que, si bien del lado haitiano hay gente hambrienta, de este lado hay gente sedienta de vender.
Mantener cerrada la frontera no es una medida inteligente. Y tendrá que ser echada atrás cuanto antes, pues si insistimos en comparar la acción con una jugada de dominó, a lo sumo sería como hacer capicúa y que el adversario apenas tenga la cajita blanca: ganancia cero.