Tomás Aquino Méndez
Cada año, justo cuando recordamos el nacimiento del patricio Juan Pablo Duarte, el 26 de enero, se inician los actos por el mes de la patria. En ese periodo, que se extiende hasta el 9 de marzo, nacimiento de Matías Ramón Mella, instituciones públicas y privadas, llevan flores al Altar de la Patria.
El parque Independencia “cobra vida”. Además de depositar arreglos florales se pronuncian elocuentes discursos. Se habla de compromiso moral y social con el futuro de la nación.
Penosamente, esas “encendidas” palabras de cada año, se quedan en los muros que bordean el mausoleo. Son palabras al viento. Muchos de los que allí se explayan haciendo llamados de unidad, de moralidad y de respeto, se olvidan de TODO al salir del lugar.
Su conducta es totalmente contraria. Si miramos el pasado, veremos muchos nombres de gente que ante el busto de Duarte, prometió honestidad, y luego han presentado una conducta totalmente contraria. Son corruptos, excluyentes, golpeadores de mujeres, maltratan subalternos e ignoran la palabra solidaridad. Los ejemplos que nos legó Duarte están plasmados en su ideario.
Conceptos claros, convincente patriotismo, mensajes eternos. Su ejemplo al devolver 827 pesos al Tesorero de la República, de mil que recibió para ir a una misión al Sur del país, es la mayor prueba de honestidad que nos dejó ese ciudadano ejemplar que se entregó y sacrificó por esta nación.
Es a ese hombre de carne y hueso a quien tenemos que honrar. No a la figura lejana e intocable que algunos quieren presentarnos. Es a ese Duarte que la juventud de hoy debe tener como guía, para conducirse en el futuro y dirigir este país por los caminos del desarrollo, la estabilidad y la seguridad en la que merecemos y anhelamos vivir.