El ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, ha concedido este domingo una entrevista en la que comentó las actuales relaciones de Moscú con Occidente y abordó la situación en torno a Ucrania y la expansión de la OTAN hacia el este.
Los intereses y la seguridad de Rusia
En referencia a la declaración de Camp David de 1992, en la que Moscú y Washington acordaron no considerarse más como adversarios potenciales, que cumple 30 años este 1 de febrero, Lavrov recordó que en aquel entonces se consideró «que todos los problemas se resolverían automáticamente, ya que Rusia pasaría a formar parte de un mundo ‘civilizado’, de la cultura occidental, de la arquitectura de seguridad y recibiría un fuerte apoyo en varias áreas».
No obstante, señaló, «ahora tenemos serios problemas precisamente porque Occidente actuó de manera descuidada y deshonesta en relación con los intereses rusos».
«Podría ser de otro modo, pero la historia no tiene modo subjuntivo. Nos hemos vuelto más sabios. Dicen que uno solo aprende de sus errores. Ahora sabemos lo que valen las palabras de Occidente», enfatizó Lavrov, recalcando que actualmente, no solo se buscarán «compromisos políticos ‘sobre el papel’, sino también garantías legalmente vinculantes que aseguren la seguridad en todo el continente europeo con plena consideración igualitaria de los intereses legítimos de la Federación Rusa».
Asimismo, el canciller subrayó que Moscú no se hace «ilusiones» sobre la posibilidad de establecer una amistad o alianza política con Washington, pero sí que le gustaría obtener unas «buenas, uniformes, mutuamente respetuosas y equitativas relaciones con EE.UU., como con cualquier otro país del mundo». Sin embargo, destacó que «enseñados por la amarga experiencia, no queremos permanecer en una posición en la que nuestra seguridad sea violada a diario».
En su opinión, EE.UU. es capaz de «traicionar a aquellos con quienes fueron amigos, cooperaron y aseguraron sus posiciones en diferentes regiones del mundo» para satisfacer sus intereses, como ocurrió, por ejemplo, con el expresidente egipcio Hosni Mubarak, cuando «Washington no movió ni un dedo cuando fue arrestado