Emilia Santos Frias
La República Dominicana es un país emisor y receptor de emigrantes e inmigrantes. El 15 por ciento de nuestra población reside en Norteamérica, específicamente, en Estados Unidos y Europa (España, Italia), y esta migración continúa en constante crecimiento. Mientras que, como país receptor, más del 6% de los habitantes activos son foráneos, siendo Haití el principal país de origen, con el 87 por ciento de los extranjeros, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
La migración es el proceso dinámico y común de movilización de seres humanos de un territorio a otro, en busca de transformaciones sociales, socioeconómicas y políticas, que aumentan continuamente. Las mujeres constituyen la mitad de la población que migra en todo el mundo, también, en la realidad de la población dominicana. En la generalidad, las personas emigran ante desequilibrio político y socioeconómico.
Esto así, porque el fenómeno de la migración que es multidimensional, puede suponer mejorar la vida, mediante la obtención de mayores ingresos, pero puede en ella haber vulneración a derechos, debido a trabas legales y restricciones.
Estudios de género destacan que las mujeres migrantes sufren vulneraciones y racismo. Es mediante el enfoque de género que se pone en evidencia las diferencias y diversidades en la forma de vivir la migración, desde el contexto de origen, tránsito y destino. Asimismo, se identifica la relación entre migración, género y las particularidades de la mujer como migrante.
Mediante el análisis de género en las migraciones, podemos comprender los diversos factores agravantes de la discriminación y la exclusión que sufren las mujeres migrantes. Debido a sistemas patriarcales y sexistas, existe segregación laboral y las mujeres en los países de recepción, suelen trabajar como empleadas domésticas, en servicios e incluso, ser victimas de redes organizadas de tráfico y trata de personas.
Solo en el año 2017, a nivel internacional más de 258 millones de personas eran migrantes. Según la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la cantidad de migrantes se duplicó en el mundo entre 1960 y 2015. De esa cantidad, de Europa la mujer sobrepasa a los hombres es un 52 por ciento; en América Latina y el Caribe, constituyen el 50 %, de acuerdo a cifras ofrecidas por la OIM.
En el caso de la mujer, al emigrar, busca independencia social, económica y oportunidades laborales, en el lugar destino. Migran para suplir necesidades y sustentar a sus familias, además, como manera de ser independientes. Pero pasan del rol tradicional de cuidadoras a ser las sustentadoras del hogar y las familias, y esto modifica los roles familiares.
En la generalidad, se desplaza, para encontrar trabajos, lo que fue denominado en 2019, por la OIM, como “feminización a la migración”, por la creciente y constante participación de la mujer en los movimientos migratorios. Estudios de género han develado que, en las migraciones, las mujeres migrantes enfrentan las críticas y el cuestionamiento de su comunidad, por emprender su viaje al exterior universalmente sin sus hijos e hijas y parejas.
Pero, a la mujer, se les culpa por esa decisión, y por lo que pueda vivir su familia en el futuro; casi siempre si no sale de los niveles de pobreza. Esto le provoca una sobrecarga social y emocional que la mantiene entre las vivencias, el discurrir y las responsabilidades diarias.
La “maternidad transnacional”, también, incrementa esa sobrecarga de la mujer migrante, debido a las presiones emocionales, bastante difíciles de manejar, y que le fuerza a mantenerse en contacto a través del uso de distintos medios y plataformas tecnológicas.
Las madres buscan estar presentes mediante la “sensación remota», para tantear cómo están sus seres queridos, en el país de origen, a quienes atienden emocionalmente, al tiempo que, honran sus responsabilidades en el país donde residen.
La mujer, como sujeta activa de derechos, históricamente se ha movilizado y ha cruzado fronteras en busca de mayores oportunidades laborales; académicas y por la reunificación familiar, es doblemente discriminada. Primero por ser mujer, y segundo, por ser migrantes pobres; racializadas; por las sexualidades y cuerpos disidentes”.
Los sistemas de opresión son presentados por el racismo, sexismo, vivencias de las mujeres y la pobreza. Por tanto, la condición de la mujer migrante, a nivel global es de vulnerabilidad y desventaja, de subalternidad, aunque varía de una mujer a otra. En este contexto, puede sufrir diferentes tipos de violencia y riesgos de ser victimizada, durante el flujo migratorio.
“La partida al extranjero, con frecuencia, simboliza para la mujer, la aspiración de escapar a la pobreza, violencia y exclusión social. Salen en búsqueda de mejores condiciones de vida, paz y seguridad. Sin embargo, la discriminación contra las mujeres propia de culturas patriarcal es universal e incide en la inserción en los lugares de destino donde las oportunidades de empleo siguen adscribiéndose a los roles de género”, indica el Fondo de Población de la Naciones Unidas (UNFPA).
La migración de la población dominicana devela una forma de supervivencia; un proceso socio histórico de conexión con territorios continentales que ejercieron poder colonial en el pasado. Por eso, es una migración diaspórica, es decir, implica la dispersión de grupos étnicos o religiosos que han abandonado su lugar de procedencia originaria y que se encuentran repartidos por el mundo. También, es intra colonial, que responde a legados de la colonialidad.
“Cada migración es única, envuelve mapas del deseo, de la imaginación…, es distinta según la piel de quien migra…, sin embargo, las migraciones más injustas y dolorosas están relacionadas con la persecución, intimidación o abusos de poder que obligan a las personas a salir huyendo del territorio para salvar y desnudar la piel frente a múltiples fronteras que entrecruzan la dominación en la cotidianidad”, indica la investigadora Jeannette Tineo Durán.
Como consecuencia por su migración la mujer dominicana vive la crudeza de situaciones de violencia y dominación, problemática de trata y tráfico de mujeres tratadas en el exterior y las diversas formas de trata en el país, relacionada al contexto de la sexualización y dominación patriarcal, apátrida o indocumentación, cita la investigación Situación de la Migración, Refugio y Género en República Dominicana, publicado en 2021, por el Centro de Estudios de Género del Instituto Tecnológico de Santo Domingo (INTEC).
En síntesis, nuestro país tiene más de un siglo con presencia de flujo migratorio, que llegan en busca de oportunidades laborales. El 87% de la migración es haitiana, seguida de un 4.5 por ciento venezolana, según la OIM, algunos en condición de irregularidad, y otros que incluso solicitan asilo. Solo en el año 2021, la Comisión Nacional para los Refugiados (CONARE), tuvo 137 casos pendientes de solicitud de asilo y refugio de venezolanos.
De acuerdo a los centros para la Observación Migratoria y Desarrollo Social en el Caribe (OBMICA), solo en el año 2020, muchos de estos migrantes formaban parte de los trabajadores informales. Mientras que, muchas de las mujeres migrantes venezolanas en el país, sufren vulnerabilidad hacia la trata, tráfico y explotación sexual.
Amigas, amigos, seamos garantes de derechos humanos, recordemos que: “El verdadero fin del Estado es, pues, la libertad.” Lamentablemente, somos parte de un país considerado importante como proveedor de mujeres para el negocio ilícito de trata de personas a nivel mundial. ¡Qué vergüenza! Miles de mujeres siguen siendo víctimas de este horrendo tipo de violencia.
De igual forma, la trata interna es femenina, generalmente en el suroeste de la nación, donde comúnmente son tratadas mujeres menores de edad. Lo que revela la debilidad del Estado para ofrecer protección y validar derechos de esta población. ¡Deshumanizante!