Oscar López Reyes
La participación de Barahona en la revolución constitucionalista y patriótica de 1965 lamina como trascendental y de vanguardia. Sin la valentía, la perseverancia, la destreza y el talento de los nativos de la “Perla del Sur”, el derrotero de ese trozo glorioso de la historia dominicana habría tomado un derrotero incierto.
Por el desconcierto y la dispersión en la fase iniciática de la contienda, “una figura inesperada, Luis E. Lembert Peguero -relata el combatiente constitucionalista e historiador Euclides Gutiérrez Félix- “asumió, motus propio, la jefatura transitoria de la organización, autoproclamándose Secretario General” del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Y, en esa circunstancia de incertidumbre, arengó que la revolución continuaba y exhortó a los dominicanos, principalmente a los jóvenes, a incorporarse a ella.
Otro grande de la gesta, Bonaparte Gautreaux Piñeyro, dimensionando al restaurador barahonero Santiago Peguero, expresa que “en 1965 la proceridad familiar fue replicada por su nieto, el doctor Luis Enrique Lembert Peguero, quien, con su escopeta de dos cañones”, por todo el Conde, “animaba a los combatientes a continuar la lucha por el rescate de la constitucionalidad y el retorno del gobierno de 1963”.
Lembert Peguero, Ministro de Justicia en los gobiernos del profesor Juan Bosch y Caamaño Deñó, asumió el decisivo papel de reagrupar a los batalladores que se habían dispersado y salir a las calles capitalinas, metralleta en mano, arengándolos para mantenerlos firmes en un momento de confusión crucial. Entonces salieron de las embajadas el presidente constitucional interino, Rafael Molina Ureña; el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó y altos dirigentes del PRD.
El gobierno de Caamaño Deñó fue instalado en el edificio Copello, situado en la calle El Conde esquina Sánchez. Inmediatamente, designó a los miembros de su Gabinete, entre ellos a los barahoneros Jottin Cury como Ministro de Relaciones Exteriores, y Luis E. Lembert Peguero, Ministro de Justicia.
El 28 de abril, los constitucionalistas se replegaron a la Zona Colonial y Ciudad Nueva, donde arreciaron la lucha, y a las 5:00 de la madrugada “el coronel Caamaño ordena al barahonero Luis E. Lembert Peguero” –relata Gerardo Sepúlveda- “que sacara al aire alguna emisora de radio para dar a la población las informaciones veraces de los acontecimientos, contrarrestar las noticias falsas y la propaganda enemiga”.
El guía militar de la guerra fue Francis Caamaño, hijo de la barahonera Enerolisa Deñó Chapman (Nonín), y el canciller de hierro Jottin Cury, quien denunció el genocidio e internacionalizó la guerra patria. Gautreaux Piñeyro fungió como viceministro de la Presidencia y secretario particular del gobierno en armas, cuyo valor personal jugó un importante rol, y Noel Suberví Espinosa se desempeñó como vice-ministro de propiedades públicas.
El 28 de abril, “al saber Caamaño que tenía la estación de radio por el teléfono, pidió que lo sacaran al aire y dijo con voz fuerte y firme: ‘Pueblo dominicano…Pueblo dominicano…Pueblo dominicano, les habla el coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, comandante militar del movimiento constitucionalista. Las fuerzas militares norteamericanas invaden a Santo Domingo a través del puente Duarte y desde el puerto de Haina. Hay que enfrentarlos con todo lo que se tenga, hasta las últimas consecuencias. –Y gritó- ¡Fuego, fuego, fuego contra los invasores norteamericanos, el mando militar constitucionalista sale hacia el puente!”. Al terminar le dice a Bonaparte y al primer teniente García Germán: ‘Mantenga esa orden, fuego a todos los invasores’. Ya se escuchaban explosiones y disparos de un combate’”.
El talento artístico de los barahoneros fulguró impertérrito por las empedradas calles de la Zona Colonial, y penetró estimulante en el espíritu de los guerreros. Aníbal de Peña fue el autor de las letras y la música del Himno de la Revolución; Ramón Oviedo se decantó como el muralista por excelencia de la Patria, y Juan Pérez Terrero con su lente mágico y su bizarría captó las más memorables imágenes de la contienda. Fue el autor de la emblemática fotografía en la que un auténtico dominicano desafía abiertamente, con sus puños cerrados, a un invasor extranjero, no obstante, éste estar provisto de una moderna ametralladora.
Los primeros procedentes de Barahona se incorporaron a la insurrección en la Zona Colonial y Ciudad Nueva entre el 26 y el 28 de abril. Resaltan familias casi completas: Ángel Leonel (Nenén), Francisco (Frank), José del Carmen (Silá) y Miguel Alcántara; Rafael (Tigre Bimbín), Modesto y Aino López y su primo Manuel López (Pié); Bolívar, Francisco y José Lucía Féliz Fernández, Alfonso y Cano Ayala, y Juan Nova y Luis Nova; Marino Bidó, Erasmo Carrasco (Niño Santó), Ireno Olivero, Leonardo Mercedes (Leo), Yaque Guzmán (Niño el encebao), Luis Tomás Aquino Sención (Tono) y Felipe Carrasco (Ipe), entre otros (más de 80), que citamos en un texto más amplio en la revista Aquí Barahona, edición número 8, de 2020.
Los coetáneos desempeñaron misiones estelares desde los comandos Haz Negra, el Liriano, el San Lázaro y el Lobo, entre otros. El comando Barahona fue integrado a finales de mayo, ubicado en los altos de la edificación número 55 de la avenida Mella, cercanías del mercado Modelo, bajo la comandancia de Ireno Olivero, quien murió en un enfrentamiento con Erasmo Carrasco (Niño Santó).
El comando Barahona se desenvolvió en la médula de precariedades, que fueron superadas sólo por el coraje. Sus integrantes aprendieran las técnicas de la guerra en los encendidos combates, la práctica diaria y los cursos intensivos en la Academia Militar 25 de Abril, que operaba en el parque Eugenio María de Hostos.
En el comando El Lobo, por su audacia y determinación en los fieros choques sobresalió el joven barahonero Antonio Carrasco (Tibora). La mayoría de sus integrantes tenía entre 16 y 20 años de edad. Carrasco fue secuestrado el 10 de septiembre de 1966 por hombres armados en el sector de Guachupita, y en su memoria lleva su nombre una calle del populoso barrio Las Cañitas.
En el fragor de una refriega cayó el barahonero César Danilo Ruiz, de 24 años, quien había nacido en Enriquillo, y fue un militante de Vanguardia Revolucionaria Dominicana (VRD), partido emergente que había apoyado al profesor en Bosch, en las elecciones de 1962.
Inspirado por “un compromiso patriótico”, a mediados de junio, a mes y medio de la revuelta, el cantoautor Washington Aníbal de Peña, dirigente del PRD, se sentó frente al piano, en su casa de la avenida Mella, y compuso y musicalizó el “Himno de la Revolución”. Ostentó el rango de teniente del Ejército revolucionario, y en la calle El Conde tenía más de 40 hombres bajo su mando, “armados con picos y palas, haciendo zanjas y trincheras”).
El 15 de junio, las veinte cuadras de la zona del levantamiento fueron sometidas a un recio fuego de las tropas estadounidenses. Ese día cayó herido por balas foráneas, durante un combate escenificado en la avenida Mella esquina Duarte, el barahonero Rafael López Méndez (Tigre Bimbín), quien recibió asistencia médica en el hospital Padre Billini.
Además, el 15 y 16 de junio de 1965, el comandante Eliseo Andújar (Lilito Barahona), con sus hombres del comando de San Antón, contribuyeron de manera significativa con la derrota del enemigo en la batalla del Timbeque, llenándose de gloria. Se recuerda que el primer comando de la guerra patria fue San Antón y lo dirigió el Comandante Barahona (Eliseo Andújar).
Las artes plásticas también palpitaron titánicas en el cordón constitucionalista, y se compactaron simbólicamente –en el concierto de las denuncias y la creación de conciencia patriótica- con las voces radiales y la prensa escrita. Y desde el Frente Cultural, Ramón Oviedo se destacó con sus patrióticos trazos pictóricos que se expresaron en lienzos y murales llenos de color y de rebeldía, entre ellos su cuadro panel “24 de Abril”, en la cual pincela los acontecimientos más heroicos de la guerra.
Otro barahonero que se encumbró en la cresta de la contienda fue Juan Pérez Terrero, el único fotógrafo que el 29 de abril tomó imágenes del asalto a la Fortaleza Ozama, cuartel general de los policías “cascos blancos”, desde la cual cientos de dominicanos cargaron con un arsenal de fusiles y pertrechos militares. En la mañana del citado día dejó de circular el matutino El Caribe –donde laboraba como reportero gráfico-, ubicado en la calle El Conde esquina calle Las Damas, contiguo a la Fortaleza Ozama y, en vez de esconderse en su hogar, decidió tirar fotografías, mientras otros tiraban balas.
La más emblemática fue la del jueves 16 de diciembre de 1965, cuando Jacobo Rincón Sosa Senén, rechazó, con sus puños cerrados y una mirada fulminante, la orden de un soldado norteamericano armado que quiso obligarlo a recoger basura –amenazándolo con un fusil AR-15-, en la intersección de las avenidas Duarte y Teniente Amador García Guerrero.
La memorable fotografía recorrió los más variados confines del mundo, como un testimonio de la resistencia de los dominicanos a las tropas interventoras. Fue seleccionada por la agencia de prensa internacional AP entre los 100 mejores del siglo XX, y le mereció un premio Pulitzer, que no recibió por el sabotaje de las autoridades de Estados Unidos.
En la convulsiva insurreccional de 1965, Barahona tonificó su formidable alto mando, la comunicación, las artes y las refriegas armadas, y posteriormente implicó una alta cuota de sangre, represión, torturas y vidas humanas. Se estampó como el acontecimiento político más relevante y significativo del siglo XX, por la heroicidad ciudadana frente a los gringos en la preservación de la soberanía nacional; por su apoyo popular y la creación de conciencia nacionalista y revolucionaria en las futuras generaciones de jóvenes. Se concatena, con gloriosa evocación, con las más cristalinas hazañas por la libertad y la independencia del pueblo dominicano de la citada centuria.
*Autor periodista-mercadólogo, escritor y artículista,
Expresidente del CDP