Tomás Aquino Méndez
…Y nos acostamos abrazando, besando y apretando fuertemente la mano de nuestros parientes y vecinos. No creo que pasara por ninguna mente que hoy estaríamos viviendo la pesadilla de la distancia obligada y del aislamiento.
Hemos dejado de dar lo que más nos satisface: ABRAZOS Y CALOR HUMANO. Dos meses atrás no pensamos que dejaríamos de ver cruzar los cielos, de un punto a otro del mundo, a tantos aviones que nos conectan en solo horas con el lugar más apartado.
Creíamos que, sin esos vuelos barcos surcando los cielos, no viviríamos. Sin embargo, como dice un sabio refrán popular “nada dura para siempre…ni la vida”. Y henos aquí, viviendo sin el abrazo, sin el beso, sin el apretón de mano, sin los aviones cruzándose minuto a minuto, sin las calles llenas de vehículos y transeúntes.
Aquí estamos, sobreviviendo a dos meses de encierro total, para algunos, y parcial para otros. Muchos hemos tenido que seguir trabajando por el tipo de labor que desempeñamos, otros se han refugiado a la espera de que pase la tempestad y venga la calma ¿cuándo será ese momento? Lo ignoramos, aunque hay quienes hacen vaticinios y pronostican día y hora.
Preferimos esperar que el Dios todo Poderoso nos de la señal. Mientras, hemos aprendido que de nada sirve la altanería, la prepotencia, el poder político, empresarial o religioso.
Que las ropas de marca y los vehículos de lujo no son la vida y los hemos dejado en el closet o en la marquesina para resignarnos a un pantaloncito corto y una franelita sin manga. Confiamos que al llegar el fin de la pandemia los seres humanos surjamos cambiados, renovados y una actitud más humilde y servicial. Nos acostamos siendo uno…y despertamos en un mundo distinto.