En los últimos siete años se ha construido una doctrina, que, como una tromba inminente, ha arrasado todo sentido de institucionalidad y democracia en República Dominicana.
Democracia legada por generaciones y liderazgo puro, liderazgo puro cómo definiría el Poeta Pablo Neruda en su Versainograma a Santo Domingo de Juan Bosch, a propósito del Golpe de Estado de 1963 a su gobierno y, la Revolución de abril de 1965 que buscaba su retorno y de la Constitución de 1963. “Corre por los caminos la noticia, Santo Domingo sale del infierno, Por fin elige un presidente puro: Es Juan Bosch que regresa del destierro” (Pablo Neruda).
El danilismo, fuerza impura que contamina todo lo que toca, se aferra como una ventosa a las malas prácticas políticas del ejercicio perpetuo del poder. Olvida esta horda de fanáticos adoradores de sus perversidades y vicios de fratría reeleccionista, que una sociedad es tanto más rica moralmente cuantas más posibilidades ofrece a sus miembros, para que asuman la responsabilidad personal colectiva de sus actos, como diría Adolfo Sánchez Vásquez en su texto de Ética del cual citaré, los valores que la enriquecen y los antivalores que empobrecen el progreso moral a que debe tender un individuo: “Una sociedad es tanto más rica moralmente cuanto más posibilidades ofrece a sus miembros para que asuman la responsabilidad personal o colectiva de sus actos;” Continúa la cita.
“…En cambio, valores morales admitidos a lo largo de los siglos – como la solidaridad, la amistad, la lealtad, la honradez, etc. – adquieren cierta universalidad.” “…De modo análogo, hay vicios morales – como la soberbia, la vanidad, la hipocresía, la perfidia, etc. – que son rechazados por una y otra moral (Sánchez V., Adolfo, Ética Pág.53)”.
Hoy en mi columna Pentagrama he invitado de manera especial al que se reconoce como padre del pensamiento político moderno. Para uno un genio de la maldad, para otros, no. Nicolás Maquiavelo, filósofo y político italiano es el invitado de esta entrega y su Texto el Príncipe en la que aborda sobre el Modo en que los Príncipes deben cumplir sus Promesas (C. XVIII), y, la del próximo domingo versará sobre la Elección de los Secretarios (C.XXII).
Dedicada a Danilo Medina la primera entrega; la segunda, a Leonel Fernández, Luis Abinader y otros líderes políticos; así, como, a líderes religiosos, empresariales, académicos, sindicales y sociales; una tercera, a Danilo, Maquiavelo, Jean Alain y Miriam Germán.
Esta tercera entrega será una reflexión dedicada a la Fratría triádica: Danilo, Jean Alain y Maquiavelo vs Miriam Germán, serán extractos íntegros del texto fuente, “El Príncipe”, las dos primeras, cito: Capítulo XVIII.
“De qué modo los príncipes deben guardar la fe dada
¡Cuán digno de alabanzas es un príncipe cuando él mantiene la fe que ha jurado, cuando vive de un modo íntegro y no usa de astucia en su conducta! Todos comprenden esta verdad; sin embargo, la experiencia de nuestros días nos muestra que haciendo varios príncipes poco caso de la buena fe, y sabiendo con la astucia, volver a su voluntad el espíritu de los hombres, obraron grandes cosas y acabaron triunfando de los que tenían por base de su conducta la lealtad.
Es menester, pues, que sepáis que hay dos modos de defenderse: el uno con las leyes y el otro con la fuerza. El primero es el que conviene a los hombres; el segundo pertenece esencialmente a los animales; pero, como a menudo no basta, es preciso recurrir al segundo.
Le es, pues, indispensable a un príncipe, el saber hacer buen uso de uno y otro enteramente juntos. Esto es lo que con palabras encubiertas enseñaron los antiguos autores a los príncipes, cuando escribieron que muchos de la antigüedad, y particularmente Aquiles, fueron confiados, en su niñez, al centauro Chirón, para que los criara y educara bajo su disciplina.
Esta alegoría no significa otra cosa, sino que ellos tuvieron por preceptor a un maestro que era mitad bestia y mitad hombre; es decir, que un príncipe tiene necesidad de saber usar a un mismo tiempo de una y otra naturaleza, y que la una no podría durar si no la acompañara la otra.
Desde que un príncipe está en la precisión de saber obrar competentemente según la naturaleza de los brutos, los que él debe imitar son la zorra y el león enteramente juntos. El ejemplo del león no basta, porque este animal no se preserva de los lazos, y la zorra sola no es más suficiente, porque ella no puede librarse de los lobos. Es necesario, pues, ser zorra para conocer los lazos, y león para espantar a los lobos; pero los que no toman por modelo más que el león, no entienden sus intereses.
Cuando un príncipe dotado de prudencia ve que su fidelidad en las promesas se convierte en perjuicio suyo y que las ocasiones que le determinaron a hacerlas no existen ya, no puede y aun no debe guardarlas, a no ser que él consienta en perderse.
Obsérvese bien que si todos los hombres fueran buenos este precepto sería malísimo; pero como ellos son malos y que no observarían su fe con respecto a ti si se presentara la ocasión de ello, no estás obligado ya a guardarles la tuya, cuando te es como forzado a ello.
Nunca le faltan motivos legítimos a un príncipe para cohonestar esta inobservancia; está autorizada en algún modo, por otra parte, con una infinidad de ejemplos; y podríamos mostrar que se concluyó un sinnúmero de felices tratados de paz y se anularon infinitos empeños funestos por la sola infidelidad de los príncipes a su palabra. El que mejor supo obrar como zorra tuvo mejor acierto.
Pero es necesario saber bien encubrir este artificioso natural y tener habilidad para fingir y disimular. Los hombres son tan simples, y se sujetan en tanto grado a la necesidad, que el que engaña con arte halla siempre gentes que se dejan engañar. No quiero pasar en silencio un ejemplo enteramente reciente.
El Papa Alejandro VI no hizo nunca otra cosa más que engañar a los otros; pensaba incesantemente en los medios de inducirlos a error; y halló MAQUIAVELO, Nicolás, El príncipe siempre la ocasión de poderlo hacer. No hubo nunca ninguno que conociera mejor el arte de las protestaciones persuasivas, que afirmara una cosa con juramentos más respetables y que al mismo tiempo observara menos lo que había prometido.
Sin embargo, por más conocido que él estaba por un trapacero, sus engaños le salían bien, siempre a medida de sus deseos, porque sabía dirigir perfectamente a sus gentes con esta estratagema.
No es necesario que un príncipe posea todas las virtudes de que hemos hecho mención anteriormente; pero conviene que él aparente poseerlas. Aun me atreveré a decir que, si él las posee realmente, y las observa siempre, le son perniciosas a veces; en vez de que aun cuando no las poseyera efectivamente, si aparenta poseerlas, le son provechosas.
Puedes parecer manso, fiel, humano, religioso, leal, y aun serlo; pero es menester retener tu alma en tanto acuerdo con tu espíritu, que, en caso necesario, sepas variar de un modo contrario.
Un príncipe, y especialmente uno nuevo, que quiere mantenerse, debe comprender bien que no le es posible observar en todo lo que hace mirar como virtuosos a los hombres; supuesto que a menudo, para conservar el orden en un Estado, está en la precisión de obrar contra su fe, contra las virtudes de humanidad, caridad, y aun contra su religión.
Su espíritu debe estar dispuesto a volverse según que los vientos y variaciones de la fortuna lo exijan de él; y, como lo he dicho más arriba, a no apartarse del bien mientras lo puede, sino a saber entrar en el mal, cuando hay necesidad.
Debe tener sumo cuidado en ser circunspecto, para que cuantas palabras salgan de su boca lleven impreso el sello de las cinco virtudes mencionadas; y para que, tanto viéndole como oyéndole, le crean enteramente lleno de bondad, buena fe, integridad, humanidad y religión.
Entre estas prendas no hay ninguna más necesaria que la última. Los hombres, en general, juzgan más por los ojos que por las manos; y si pertenece a todos el ver, no está más que a un cierto número el tocar.
Cada uno ve lo que pareces ser; pero pocos comprenden lo que eres realmente; y este corto número no se atreve a contradecir la opinión del vulgo, que tiene, por apoyo de sus ilusiones, la majestad del Estado que le protege.
En las acciones de todos los hombres, pero especialmente en las de los príncipes, contra los cuales no hay juicio que implorar, se considera simplemente el fin que ellos llevan.
Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si sale con acierto, se tendrán por honrosos siempre sus medios, alabándoles en todas partes: el vulgo se deja siempre coger por las exterioridades, y seducir del acierto. Ahora bien, no hay casi más que vulgo en el mundo; y el corto número de los espíritus penetrantes que en él se encuentra no dice lo que vislumbra, hasta que el sinnúmero de los que no lo son no sabe ya a qué atenerse.
Hay un príncipe en nuestra era que no predica nunca más que paz, ni habla más que de la buena fe, y que, al observar él una y otra, se hubiera visto quitar más de una vez sus dominios y estimación. Pero creo que no conviene nombrarle” (Maquiavelo, Nicolás, El Príncipe, Cap.XVIII).
Sin cometarios a la última versión renovada del Manual de catequesis Danilista adquirido en su reciente visita de malas cuentas el 27 de febrero al Olimpo de la reelección, recomendado por Maquiavelo para ser usado hasta el 2020, en dosis invasiva. Invitados a nuestra próxima entrega.
• Autor Filósofo Constitucionalista, Profesor Titular UASD
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