En 1968 la visión eclesial conservadora anclada en un pasado y una tradición de gloria y grandeza de eminencias reverendísimas, sus altezas de candelabros, confesiones, expiaciones y absoluciones de pecados y purgatorias de campanarios, fue sacudida por un libro llamado por su autor Salvador Freixedo, no apto para cristianos satisfecho. “Mi Iglesia Duerme”.
Con este libro, los Documentos de Medellín y Teología de la Liberación de Gustavo Gutiérrez, inicio una reflexión de cuatro entregas para reinterpretar el mensaje de nuevas noticias en el papado de Francisco que anuncian a la comunidad de Fe un nuevo rostro de la Iglesia y su mensaje Cristo céntrico de un evangelio de vida y esperanza.
Los siguientes fragmentos que cito a continuación son transcripciones fieles de la introducción y el Capítulo I del libro mi “Iglesia Duerme”, sin anotaciones del autor de esta columna.
“Unas ligeras reflexiones para aquellos que todavía siguen identificando a la Iglesia con el templo, con Roma, con el clero, o con las leyes eclesiásticas (Freixedo).
Inconscientemente, la mayoría del pueblo cristiano sigue cometiendo este grave error. Sin embargo, la Iglesia es, fundamentalmente, un pueblo penetrado de un espíritu.
Un pueblo ordinariamente pobre, angustiado, que lucha por subsistir, y que busca afanosamente el camino hacia Dios al ver que esta tierra es, querámoslo o no, morada de paso.
Un pueblo que, por siglos, trata de penetrar en el terrible secreto del más allá. Un pueblo penetrado, imbuido de un espíritu: el espíritu de Cristo, de las mil formas en que Cristo se hace presente.
Un Cristo que es luz para la inteligencia, un Cristo que es fuerza para la voluntad, un Cristo que se hace presente en el amor hacia los demás, un Cristo que es Fe, Esperanza y Caridad, que nos da fortaleza para oponernos a las injusticias dondequiera que las veamos y que, al mismo tiempo, nos da espíritu de mansedumbre y de tolerancia para sobrellevar tantas cosas adversas como tenemos que encontrar en el mundo; un Cristo, sobre todo, que difunde amor en todas las cosas, para todas las gentes, y en todos los momentos.
Ese es el espíritu que tiene que penetrar a este pueblo para hacer de él el Pueblo de Dios, la Iglesia que Cristo quería. Repitamos, pues, que la Iglesia es, o tiene que ser, un pueblo cuya alma es Cristo.
¿Es esto lo que tienen en su mente la mayoría de las gentes cristianas cuando hablan de la «Iglesia»? ¿Se dan cuenta de que ellos son esa Iglesia? ¿Se dan cuenta de que la Iglesia no es la Santa Sede, ni siquiera un grupo de obispos, sino que es todo el Pueblo de Dios obrando conforme al espíritu de Cristo que lo anima?
Pero la Iglesia hace siglos que tiene este gran mensaje envuelto en una paja religiosa de mini dogmas y preceptos que le quitan por completo su brillo y lo desacreditan ante las mentes de la humanidad…
En las páginas de la historia de la Iglesia, mezclados con terribles equivocaciones, abusos y herejías, encontrarían innumerables hechos maravillosos, manifestación clara del espíritu de Dios viviendo entre los hombres, que les darían más comprensión y amor hacia esta Madre Iglesia a la que pertenecen. Guiados por esta historia, reflexionaremos un poco sobre el papel que, a lo largo de los siglos, ha tenido la autoridad jerárquica y en particular el Sumo Pontífice.”
En la próxima entrega la marcaremos con las reflexiones de Gustavo Gutiérrez y su texto sobre teología de la Liberación, una tercera entrega versará sobre los documentos de Medellín y la Iglesia Latinoamericana, una cuarta entrega sobre el sentido de Fe, Compromiso con la vida y la Iglesia actual del papado de Francisco, reflexiones estas últimas del autor de la columna.
Filósofo Constitucionalista, Profesor Titular UASD
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